Pega
el ojo a la mirilla de la puerta y observa el exterior sin pestañear. Todo parece
en orden. No hay ni rastro del enemigo. Aun así, sus piernas tiemblan. Su
corazón arde como un volcán en erupción y convierte en humo su escasa confianza.
Lleva demasiado tiempo viviendo en silencio con la razón en modo letargo.
Necesita ser fuerte para recuperar el control y eso no es tarea fácil. Al menos,
ahora sabe que tras la noche despierta el alba. Que fuera palpita la vida sin
miedo y la brisa huele a primavera.
Toma
una gran bocanada de autoestima antes de atreverse a salir a la calle. Asoma la
cabeza con cautela. Está muerta de miedo, pero da el primer paso y luego, el
siguiente. Poco a poco, se despoja de sus ataduras y libera esa valentía que
dormita bajo su piel tatuada de cicatrices.
Se
siente renacer de sus cenizas, desde que va protegida por una pulsera que posee
superpoderes contra él.