Tal vez, tú
llenes silencios
con palabras,
descubras la calidez
que inunda de luz
miradas en verso,
ese viento que suspira
a través de los labios
ese latido que desnuda
Acomodas tu cuerpo
en la maleta
y emprendes el viaje
al centro de su universo.
Cierras los ojos
heridos de oscuridad
ante la luna
y ahogas tu dolor
con lágrimas
a la velocidad de la luz.
Anclas tu piel
en sus labios
y te abandonas
a su ingravidez.
He
cambiado a mi mujer por uno de esos robots de limpieza. Dicen de ellos que son
eficientes, pero este ha ocupado su lugar. Me espera junto a la entrada cuando vuelvo
a casa. A veces, roza mis pies con cariño mientras vemos la televisión.
Invade
mi intimidad. Me vigila hasta cuando duermo. Pero si intento desconectarlo, me
mira a través de su cámara con tanta ternura que no soy capaz. A ver cómo le
digo que estoy pensando sustituirlo por otro que, además de barrer, también friega.
No
me asusta hablar de muertos vivientes, ni de fantasmas que aparecen, ni de
brujas malvadas y, mucho menos, de ogros que comen niños.
Pero
hoy no sé lo que me ocurre. No puedo dejar de temblar desde que he descubierto
que existe esa tierra maldita, donde los veranos duran décadas, los inviernos
pueden durar toda una vida y los problemas acechan donde menos te lo esperas. Allí,
la traición, la lujuria, las fuerzas sobrenaturales y las batallas sangrientas acaban
por tener consecuencias imprevistas y trascendentales. Por eso, nadie desea
despertar. La realidad es su peor pesadilla.
Me
parece que ese fue mi error. Tras tragarme las siete temporadas de un tirón, mi
tranquilidad se ha transformado en un sinvivir. Desde entonces, no encuentro un
lugar lo bastante seguro como para esconderme. Pero necesito desaparecer hasta
que me olviden. Todos me buscan sin descanso. Se mueren por volar a horcajadas sobre
mí mientras lanzo llamaradas y destruyo a sus enemigos.
Cursar
aquel Bachillerato de letras en horario nocturno fue muy duro. Compaginarlo con
el trabajo resultó ser agotador. A duras penas podía cumplir con las lecturas
obligatorias. Pero afronté el COU con ganas, sabiendo que me abriría las
puertas de la Universidad.
Necesitábamos
preparar a conciencia las asignaturas si queríamos superar las pruebas de
acceso. Por eso, todas las clases se convirtieron en una carrera contrarreloj,
salvo la de «Lengua y Literatura».
Mercedes
entró en el aula precedida por una leve brisa con aroma de mar. Cerró la puerta
tras sus huellas de salitre y espuma. Se desplazó con suavidad por el
entarimado y, sentándose en el borde de la mesa, nos miró con sus ojos
aguamarina. Su voz era cálida y dulce mientras leía un poema y la luz de sus
palabras nos guio hasta su orilla calma como un faro entre la bruma.
Durante
sus clases, cerrábamos las ventanas y abríamos la imaginación. Nos enseñó a percibir
el crujir de la madera en un olmo viejo. El aula se llenaba con el aleteo de
oscuras golondrinas mientras descubríamos el amor en verso. Fuimos testigos de
la pasión de Ana Ozores y luchamos contra gigantes disfrazados de molinos. Pusimos
rumbo a ultramar en busca de Penélope entre cantos de sirena. Aprendimos a emocionarnos
con las «Nanas de la Cebolla», a valorar a «Los Santos Inocentes» y a cómo amar
a un «Poeta en Nueva York» o en «Campos de Castilla».
Ella
me llenó el alma de letras, acrecentando mi sed de poesía y de prosa. Desde
entonces, jamás he dejado de buscarla en cada historia que leo o escribo. A
veces, su faro emerge de la oscuridad y, mientras sigo su estela de luz, mis
palabras huelen a mar y dejan huellas de espuma.
Relato con el que participo en el Concurso #MiMejorMaestro de zendalibros.com
Contigo
no hay frío en la piel
ni en las entrañas,
no hay silencios que hieran
la noche
ni palabras que golpeen
al despertar.
Contigo
hay calidez en verso.
Eres poema
que arropa el alma.
A veces, basta
con regresar a su abrazo
abrir los ojos del alma
atrapada a un silencio
de distancia
desnudar la noche
aunque duela la piel
hasta abandonar
esa maldita soledad.
La vida es azul,
a pesar del silencio
que alarga las sombras,
aunque llueva vacío
y gélida soledad.
Ábrete paso
entre las nubes
que paralizan,
abre tu horizonte
más allá del umbral,
tiñe tu destino
de azul mariposa
y aletea sin miedo
a la vida.
Sí
que se ven a lo lejos humaredas guerreras, señor —confirma el explorador del
regimiento a su superior—. Intentan intimidarnos. Deberíamos esperar a los
refuerzos. Nos superan en número y no contamos con armas pesadas ni fuerzas de
apoyo.
Informan
al coronel de inmediato. Este valora que la situación pinta mal, pero sus triunfos
en otras batallas dan alas a sus sueños de poder. Cree que una nueva victoria acrecentaría
su fama y le sumaría méritos ante los demás. Desoyendo sus consejos, ordena el ataque.
—Tras
una carga por sorpresa, se asustarán y huirán en desbandada como ratas —les dice
a sus oficiales, aunque desconoce la estrategia empleada por los indios en otras
batallas.
Un
golpe seco en el pecho lo derriba del caballo. Después, cuando unos dedos aprietan
con fuerza su cuello, se rinde y acepta su derrota ante el enemigo.
La
próxima vez que jueguen a indios y vaqueros, elegirá el otro bando.
Relato Finalista en el Concurso Gaya Relatos 2020
Con el alma desnuda
abrigando la piel,
el silencio de mi voz
late con palabras nostalgia
sin respuesta,
al borde del olvido
y el viento esparce
lágrimas con el eco
de un suspiro abrasador.
Con los ojos cerrados,
aprendí a reconocer tu silencio,
la cadencia de tu respiración
en tus pasos,
a leerte sin palabras,
a descubrir si arde
por mí tu aliento,
a desnudar la oscuridad,
a aletear en tu universo
sin horizonte,
a ser estela en tu mar.
Una caricia de sol
cierra tus grietas
como bálsamo de luz,
un silencio de viento
enmudece la piel
estañando tus heridas,
un aroma a nostalgia
impregna tu soledad
con fragancia de ayer.
El paisaje habita
ese abismo insalvable,
ese silencio atronador.
Desconozco
si fue mi preocupación por el calentamiento global o mi deseo de erradicar la
pobreza lo que me empujó a sumergirme en su lectura. Su portada era solemne y misteriosa.
Nada más empezar, quedé atrapado en aquella historia, dejando de ser lector
para ser protagonista. Afloró mi corazón de guerrero en cuanto se me brindó la oportunidad
de luchar. Aquel mundo, llamado Fantasía, estaba tan enfermo como el real. La
falta de equidad provocaba injusticias y la desigualdad se extendía con rapidez
engulléndolo todo. Debía detener su avance con urgencia, pero necesitaba hacerlo
con las mejores armas. Bebí de las fuentes del derecho, fortalecí mi escudo con
el conocimiento de la Jurisprudencia y me armé hasta los dientes con la legislación.
Solo
me sentí preparado para el combate cuando logré ser abogado. Desde entonces, lucho
por la Justicia con la ley en la mano a lomos de mi dragón.
Roto el influjo de tu piel,
huyo con pasos de hielo
hacia un horizonte de luz.
Atrás, las caricias huecas,
los abrazos vacíos,
tantos silencios por quebrar.
Y borro mis huellas
con palabras de sal.
Como la marea,
habitas mis heridas
con alas de espuma
en líquido atardecer.
Hundes mi soledad
bajo la arena húmeda
de mis pies callados.
Y te vuelves humo
con la desnudez del alba.
Un suspiro de viento
mece la madrugada,
crujen los susurros
del viento ante el abismo
y aúlla la luna de dolor.
Nada detiene el llanto
de la noche ni la oquedad
del horizonte desnudo.
Nadie calma los nervios
de las olas ni enmudece
mi palpitar de mar.
Se
sentía eufórica. Por fin había finalizado esta Navidad tan diferente. Nunca
imaginó pasarla sola, pero las restricciones impuestas por la pandemia y su
conciencia la obligaron a tomar esa decisión. Tras los excesos alimenticios llevados a cabo para soportar
la ausencia de su familia y la soledad, cometió el error de subirse a la
báscula del baño antes de ducharse. Bajó de un salto, desencajada, como si
hubiese visto al mismísimo Diablo y jurando en arameo. Cuando recobró el
aliento, pensó que aquello podría ser una señal que la vida le mandaba y que no
debía ignorar. Tal y como estaban las cosas, tenía que evitar añadir nuevos
problemas de salud a los ya existentes. Había oído en algún sitio que la
obesidad agravaba los efectos de la COVID-19. Decidió que adelgazar sería su único
propósito de Año Nuevo.
Vació
de
dulces y de comida poco saludable la despensa, la nevera y los armarios.
Ocuparon su lugar frutas, verduras, pescado, carne y alimentos no procesados. Aquel
día, completó por primera vez una tabla de ejercicios físicos. Tomó una cena muy
sana y, luego, se fue a dormir. Una vez en la cama, empezaron los
remordimientos. Tanta gente en las colas del hambre y ella había
tirado comida. Pensaba que aquello era algo imperdonable. No podía conciliar el
sueño.
De
madrugada, la policía la encontró en la calle, rebuscando en el contenedor de
la basura, en bata y pijama, sin mascarilla ni documentación. Jamás se había
sentido tan avergonzada como en aquel momento. Bajo sus pies descalzos, los
restos del atracón.
Relato presentado al Concurso #unaNavidaddiferente de zendalibros.com