domingo, 16 de septiembre de 2018

INCERTIDUMBRE


Ha amanecido un día radiante. El sol destella con fuerza sobre un cielo azul limpio de nubes y la brisa sopla suave como una caricia. Es perfecto para disfrutar de una mañana de relax en la playa con el niño mientras Juan está trabajando. 

En cuanto preparo el desayuno y un pequeño refrigerio para más tarde poder refrescarnos, voy a despertar a Héctor. Tiene ya seis años, pero sigue siendo tan dormilón como cuando era un bebé. 

—¡Héctor, despierta, que nos marchamos a la playa los dos solitos! —le susurro al oído. ¡Verás lo bien que lo vamos a pasar! ¡Vamos… no te hagas el remolón, que te he visto abrir los ojos! ¡O te levantas o te atacarán las cosquillas! 

Rompe a reír gritando: 

—¡Socorro! ¡No, mami, eso sí que no! ¡Ya me levanto! 

Nos ponemos el bañador y metemos en la bolsa todo lo necesario: las toallas, el protector solar, la gorra de Héctor, la sombrilla, mi libro, la nevera portátil y los juguetes de playa, incluido el cubo, el rastrillo y la pala. 

De camino, vamos cantando muertos de risa. Al llegar a la playa, buscamos un sitio cerquita de la orilla para colocarnos. Así puedo controlarlo desde la toalla mientras juega —me digo a mí misma. Le encanta construir castillos de arena. Por eso necesita hacer múltiples viajes para traer agua con su cubito. 

He de estar muy pendiente. Me preocupa que por un pequeño despiste le pueda suceder algo. Le recuerdo que no debe alejarse de donde estoy. 

—Mira, fíjate bien en el color de nuestra sombrilla. Es rosa chicle. No vayas a confundirte —le digo. 

—No mami, de aquí enfrente no me voy a mover. Te lo prometo —me dice acompañando sus palabras con su mirada inocente. 

Abro el libro, dispuesta a leer con un ojo puesto en la página y otro sobre Héctor. ¡Cómo se está divirtiendo! Va a acabar agotado de tantos viajes desde la orilla hasta el castillo en construcción. Me vendrá muy bien. Al llegar a casa, seguro que caerá rendido y dormirá una buena siesta. 

No sé por qué, pero no consigo relajarme. Me siento inquieta. En ese momento, suena el móvil. Es mi madre. Ha llamado a casa y al ver que no estamos le ha parecido raro. No se ha quedado tranquila hasta dar con nosotros. 

—¡Mamá, no te preocupes! Héctor y yo, estamos pasando la mañana en la playa. Cuando volvamos a casa te llamo —le digo al despedirme. 

Nada más colgar el teléfono, busco a Héctor con la mirada, pero no lo localizo. 

Me levanto de un salto intentando ampliar mi campo de visión, pero no está. 

—¡No puede ser, si solo lo he perdido de vista un momentito! ¡Estaba ahí enfrente ahora mismo! —pienso cada vez más asustada. 

Miro a uno y otro lado. No hay rastro de él ni del cubo con el que estaba jugando. 

—¡Héctor! —grito cada vez más fuerte, pero hay demasiado bullicio a mi alrededor. Además, mi voz queda silenciada por el ensordecedor rumor del mar. Sé que es casi imposible que pueda escucharme, pero sigo gritando su nombre sin rendirme. 

El nerviosismo se ha apoderado de mí. Busco con desesperación entre la gente que hay a mi alrededor. No sirve de nada. Desde que hemos llegado, la playa se ha cubierto de sombrillas de mil colores. Demasiados cuerpos, pegados unos a los otros, como para distinguir a un niño tan pequeño. 

Todos me preguntan qué es lo que me pasa y yo, sin aliento, apenas les puedo contestar. 

—¡Esto no puede estar pasándome a mí! —grita mi voz interior. Las lágrimas fluyen sin control, se deslizan por mis mejillas y me dificultan la visión. Así no hay manera de vislumbrar su pequeño cuerpo, vestido con un bañador rojo y cargado con su cubo multicolor. 

Proponen llamar a la policía, pero no puedo comprender lo que me dicen. Mi único pensamiento es proseguir la búsqueda y gritar su nombre hasta que lo encuentre, aunque me quede sin voz. 

Tengo ganas de vomitar, la angustia se agolpa en mi garganta. En mi pecho, el corazón late desbocado. Ahora, no puedo perder el control, he de encontrarlo —me repito, una y otra vez. 

Vuelvo a mirar en el agua, por si acaso se le ha ocurrido adentrarse en el mar un poco más lejos. Las corrientes pueden haberlo empujado en otra dirección y ya no es capaz de salir solito. 

De pronto, cuando estoy casi al borde del colapso, alguien me da un toque en la espalda y me pregunta: 

—Señora, ¿este niño es suyo? 

Veo su carita, con el miedo reflejado en sus ojos llenos de lágrimas. Aliviado, corre hasta mis brazos gritando: 

—¡Mami, qué susto he pasado! ¿Dónde te habías escondido que no te encontraba? 

Cuando lo miro y sé que está a salvo entre mis brazos, el mundo se detiene.



Primer Premio de Narrativa del I Certamen Literario 
organizado por el Movimiento Artístico de Mislata (Valencia)
15 de septiembre de 2018.





4 comentarios:

  1. Una historia posible y hasta cotidiana, con conflicto y final feliz.
    Enhorabuena, Pilar.
    Un abrazo

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    1. Su realidad es lo que nos asusta, ya que le puede pasar a cualquiera.
      ¡Muchas gracias, Ángel, por tu comentario.
      Besos muy apretados, amigo.

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  2. Pilar MUCHÍSIMAS FELICIDADES por este premio, muy merecido. Nos transmites toda la tensión y angustia que vive esa madre, nos lo haces sentir con cada una de tus letras. En una palabra nos atrapas completamente con la belleza de tu narración. Enhorabuena.
    Besets al collet.

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    1. Javier, en mi relato he intentado ser muy fiel a la realidad, para que todos compartamos la angustia que siente una madre en una situación así.
      Me siento muy feliz por este premio totalmente inesperado, pero que me anima a seguir creciendo en mis letras.
      ¡Mil gracias por tu apoyo constante e incondicional!
      Besos muy muy apretados.

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