Encontró
el valor que necesitaba rebuscando entre las pinturas de mamá. Pensó que aquel
lápiz negro, con el que ella se dibujaba un lunar cada mañana, sería la
solución para su problema. Si ella se pintaba uno junto a su boca, le daría un
aspecto sofisticado y la haría parecer más mayor, más audaz. Marilyn Monroe lucía
uno, tras el que escondía su fragilidad.
Necesitaba
mostrarse tan serena como ella. Sería su talismán. Le daría fuerzas para
afrontar un día más en el colegio. Algo a lo que aferrarse cuando llegase ese
momento que desde hacía tiempo le quitaba el sueño y la hacía temblar. Estaba
convencida de que hoy todo sería distinto.
Encaminó
sus pasos hacia el aula, su andar era seguro y valiente. Al llegar ante la
puerta, sus piernas empezaron a flaquear y frenó en seco.
Creyó
que no se tendría en pie, que se derrumbaría al verle, que un día más la
arrinconaría. Pero debía acabar con aquella pesadilla. No podía fallarse a sí
misma. Avanzó hasta llegar a su altura. En ese momento, afloró toda la rabia y
el dolor acumulado durante meses. Sacando un coraje inusitado, pasó por su lado
con la cabeza bien alta, mostrando con orgullo su lunar.
Borró
para siempre de la cara del profesor su asquerosa sonrisa.