Para Juan y Francisca se detuvo el tiempo en aquellos años de juventud, cuando ambos creían en el amor, cuando el respeto a los padres no admitía discusión.
Él bebía los vientos por María, la hija de un labrador. Ella se enamoró de Jesús, el pastor.
Su padre, en cuanto se enteró, se opuso a esos amores. Eran una familia adinerada, debían aspirar a algo mejor. A Francisca le prohibió salir de casa hasta que lograra olvidarlo. A Juan lo amenazó con desheredarlo y con un castigo peor, el exilio.
Desde entonces, ella ve pasar la vida a través de la reja de su ventana. Él, junto al portón.
Se han convertido en dos sombras inanimadas, aunque siguen esperando que un día la brisa los despierte de esta pesadilla. Bajo las cenizas, sigue latiendo aquel fuego en su corazón.
Fotografía: Cristina García Rodero.
Tus protagonistas no han perdido la esperanza y ¡benditos ellos! por conservarla tanto tiempo...
ResponderEliminarUn abrazo y feliz fin de semana.
Ay, Rafael, cuanto he echado de menos tus comentarios. Me tenías preocupada.
EliminarLa verdad es que la vida puede dar un giro inesperado, no hay que perder la esperanza...
Muchas gracias por tu comentario.
Besos apretados.
No se pueden poner trabas a lo que dicta el corazón. Bonito relato. Gracias Pilar por compartir
ResponderEliminarMireya, siempre me alegra tu visita. Hay corazones de lava que laten a pesar de los años y de las cenizas.
EliminarMuchísimas gracias por tu bello comentario.
Besos apretados.