Ocurrió
de una manera inesperada. Por eso se aferraron con tanta desesperación a ese
momento, como si fuera su tabla de salvación y ellos, náufragos. Nunca imaginaron
que aquella tarde de película que pasaron juntos, sentados junto al fuego y
acurrucados bajo la misma manta, «El cartero siempre llama dos
veces» despertaría en ellos sentimientos dormidos. Que, en aquel preciso
momento, todo lo demás carecería de importancia.
Mañana
ya recogerían los restos de su pasión que latían desperdigados por la mesa. Habían
permanecido demasiado tiempo ausentes, cada uno hibernando en su gélido letargo.
Casi olvidaron lo mucho que se amaban. Apenas se habían echado de menos hasta
que, sin
querer, el día menos pensado, prendieron ascuas de añoranza en sus manos. Les
bastó un pequeño roce incandescente para fundir el doloroso hielo de su
invierno.
Atrás
quedaron flotando a la deriva sus respectivas vidas solitarias.
Te quedó un relato excelente, creo que podría a ver quedado entre los primeros. Enhorabuena. Un abrazo
ResponderEliminarAgradezco mucho tus palabras, Nuria. Besos.
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