Aquella
noche, la tormenta relampagueaba con gran estruendo. Se cernía sobre sus cabezas
a gran velocidad. Debían darse prisa. No tendrían otra oportunidad tan buena
como esta. «Lo que usted diga, doctor», le respondía sumisa Mary, su ayudante,
cada vez que, enloquecido, le gritaba sus instrucciones. Ella, a
pesar del temblor de sus manos, puntada a puntada, logró unir a tiempo todas y
cada una de las partes hasta completar aquella horrible criatura. Harta de
soportar durante años las locuras del científico, aun a riesgo de ser
descubierta, actuó a sus espaldas.
Como
venganza, no pudo resistirse a llevar a cabo un pequeño intercambio. Sustituyó el
corazón frío y desalmado que él le había proporcionado, por otro, extraído del cuerpo
de una mujer inteligente y buena.
(Publicado en la web Microcuento.es)
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