Me dijiste cómo hacerlo, que no dolía nada y que nunca me arrepentiría. Lograste convencerme. A ciegas, me puse en tus manos. Paso a paso, seguí tus instrucciones. Primero, me despojé de mi ropa y, por último, sobre la alfombra abandoné las zapatillas. Todo salió a la perfección, tal y como me aseguraste. Me sentí etéreo y volé a tu lado pensando que lo nuestro sería para siempre, pero, como eres muy voluble, la pasión entre nosotros se ha desvanecido tan pronto como mi cuerpo.
Lo que olvidaste decirme, antes de abandonarme, es cómo puedo regresar del más allá…
Fotografía: Dirce Hernández.
Un relato con doble sentido muy bien llevado.
ResponderEliminarUn abrazo, Pilar.
Ángel, muchas gracias. Me alegro que te guste.
EliminarBesos apretados, amigo.
Wow muy buen texto
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