En
cuanto destellan las primeras luces del alba, su cuerpo empieza a vibrar de
nostalgia y su alma se rebela ante tanta paz.
Aún
retumban en su interior todos los golpes que sacudieron sus entrañas. Con el
paso de los años, siente que las cicatrices de su desamparo se van haciendo más
profundas a medida que arraigan en su corazón de bronce.
Como
si fuera una antigualla que alguien abandonó en el pasado, se ha ido acostumbrando
a la quietud del valle y, poco a poco, va disminuyendo el dolor que le provoca su
forzoso destino. Pero no soporta las huellas de herrumbre que le va dejando a
su paso el lento caminar del tiempo. Por eso se refugia en ese invierno que
habita su piel de nieve e inunda su soledad de silencio.
Anhela
que algún día se produzca el milagro, que de nuevo vuelvan a valorar su voz y la
escuchen como antes. Cuando todos acudían a su llamada, no necesitaba comunicarse
con palabras porque compartían el mismo lenguaje. Ella siempre marcaba el
inicio y el final de cualquier celebración o duelo y los demás la respetaban.
Era tan imprescindible para sus vidas de puertas para adentro como para el
resto de la comunidad. Con su ayuda su existencia transcurría tranquila, sin
sobresaltos. Confiaban en que ella velaría día y noche por su seguridad desde
las alturas y que les alertaría en caso de emergencia con su repiqueteo. Sin
embargo, todo cambió cuando se fueron marchando a la ciudad sin que pudiera
hacer nada para impedirlo.
Desde
entonces, quedó paralizada por su ausencia y ese inmenso vacío que dejaron enmudeció
su canto. En aquel pueblo fantasma, el tiempo se detuvo en el pasado y comenzó
a acumularse el olvido. No quedó nadie más para escuchar su plegaria y sus
gritos cesaron cuando dejó de ser imprescindible.
Ahora,
desde su atalaya, observa cómo dormita a sus pies la oquedad que dejó la vida que
se fue y sigue soñando con que algún día todos regresarán de nuevo. Que, otra
vez, resonará el bullicio de sus risas en las calles y plazas vacías y, rompiendo
esa pesada losa de mutismo que la amordaza, despertará de su letargo.
Mientras
tanto, su latido permanece vivo bajo una pátina de valor. Siente cómo su pena
se alivia cuando, de repente, estalla un temporal que esparce con el viento sus
lágrimas de lluvia más allá de los muros de piedra que la cobijan y con la luz
de sus relámpagos ilumina su oscuridad.
Pero
si con su voz de trueno la tormenta rompe su dolorosa soledad y las ráfagas de
fuego de su aliento tañen su cuerpo con toda la furia de la tempestad, se
estremece y su lamento viaja con el eco cuando logra desplegar sus alas y lanzar
de nuevo sus campanadas al vuelo.
Relato presentado al I Premio Literario Rosablanca 2025.

