La situación se volvió insostenible. No nos dejó otra opción. Y siguiendo el ejemplo de cómo papá resolvió sus problemas con mamá, nos deshicimos del okupa. Desde entonces, se acabaron las fiestas a horas intempestivas con la música a todo volumen. Ya no volvería a convertir nuestro hogar en un fumadero de marihuana. Ni tampoco acumularía más montañas de basura en casa. Desaparecerían los malos olores y los bichos. Por fin podríamos dormir tranquilos, sin ese temor a que sucediese una terrible tragedia por existir un altísimo riesgo de incendio. Y sin tener que volver a soportar aquellos altercados que nos sobresaltaban cada noche porque se emborrachaba con sus amigotes. Mereció la pena el riesgo que corrimos. Se acabó.
Ahora
la convivencia es muy tranquila. Nada perturba la paz de la comunidad. Seguiremos
viviendo en armonía siempre que todos mantengamos la boca cerrada y cesen de
una vez los malditos golpes que proceden del sótano.