sábado, 31 de julio de 2021

EVANESCENTE

 

Los zapatos de tacón de aguja duermen en su caja el sueño del olvido. Dentro del armario, el tiempo se ha detenido en un vestido de fiesta que aguarda en la percha mientras amarillea la etiqueta que se balancea mostrando su precio. Hace tanto que anhelo poder lucirlo contigo en algún lugar maravilloso. Pero los días pasan y, cada vez, me mimetizo mejor con las paredes del salón o me hundo más en el abismo del sofá hasta volverme evanescente. Por eso no me ves cuando regresas tarde a casa, ni tampoco sabes lo mucho que deseo acurrucarme a tu lado y cobijarme en tu ternura. No te imaginas cómo me duele que la abraces y la beses a ella con tanto amor.

Aun así, tan solo espero que un día descubras mi mirada desde tu ventana y comprendas que la luz de mi balcón permanece siempre encendida por ti.



Relato escrito para estanochetecuento.com - ENTC Concurso 2021. EmocioNanTCe.

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LA ENVIDIA Y LOS CELOS.








CÓMO OLVIDAR UN ATARDECER...

 

Cómo olvidar un atardecer

tatuado en la piel

como alas de mariposa,

como palabras de sal

escritas en tus ojos.

Cómo liberar un suspiro

atrapado en tu pecho

como eco náufrago,

como isla a la deriva.




Foto de Luke Dahlgren en Unsplash



SOÑARTE...

 

Soñarte

sin miedo a despertar

al borde de un abismo

insalvable,

sin temor a olvidar

qué habita en tu abrazo

inolvidable.

Soñarte

sin tiempo perdido

en la mirada,

sin grietas abiertas

en los labios,

sin besos de caricias

desnudas.

Soñarte, nada más.








SI ME MIRAS ASÍ...

 

Si me miras así,

tiñe de azul la oscuridad,

las palabras riman con beso

y se espuman los latidos.

Si me miras así,

la piel navega a tu orilla,

hacia caricias de arena

y tu profunda boca de mar.


Si me miras así,

te amaré sin tiempo,

como sin querer.








sábado, 24 de julio de 2021

DUERMEN LAS PALABRAS...

 

Duermen las palabras

en un silencio de espuma.

en la marea de un suspiro.

Cierran las alas los versos

en el borde de un vacío,

en el abismo del viento.

Y arrecian tormentas

de horizontes mar,

de latidos de arena.




Foto de James Forbes en Unsplash



QUISE SER...

 

Quise ser

viento que palpita

con la marea,

reposo en la piel

de tus manos horizonte.

Quise ser

latido de sol

en tu cielo de mar,

rumor en el silencio

de tu arena cálida.

Pero fui

luz de atardecer,

suspiros de sal

y pedacitos de ti

entre los dedos.








HAY PERSONAS...

 

Hay personas

que son almohada

acurrucando sueños,

que esparcen caricias

con alas de silencio.

Hay palabras

que cubren la desnudez

aliviando ausencias,

que curan cicatrices

con versos de sal.

Hay personas

inolvidables, como tú,

que son luz y aliento.








miércoles, 21 de julio de 2021

PLEAMAR

 

Estoy viviendo un verano de ensueño. Si cierro los ojos, mi inmensidad huele a profundidades, a salitre y a nostalgia. La brisa marina espuma las olas blancas que mecen mi cuerpo con su vaivén. Una fina capa de arena y sal anida entre mis dedos mientras mi niñez construye castillos en el aire. Durante la calma chicha, mi adolescencia espera flotando sobre su tabla hasta que suspira de nuevo el viento y le da alas para alzar el vuelo. Tras recobrar el aliento, mi madurez sumerge su aleta de sirena en el horizonte infinito para recuperar su voz de mar. 

Cuando se adormece el atardecer, guardo la caracola y la imaginación bajo la almohada. Sé que esto no es el mar, pero se le parece.

 


Relato con el que participo en el Concurso #elveranodemivida de zendalibros.com








viernes, 16 de julio de 2021

ESCALOFRÍO

 

Lleva horas bloqueado. No reconoce como suyas las palabras que lee en el ordenador. Piensa que, debido al cansancio, las habrá escrito de manera automática. El argumento inicial de su novela se le ha ido de las manos. Ahora, la policía anda tan perdida como él. No encuentra al asesino por ninguna parte. Por eso, para rematar la historia de forma coherente, necesita descansar. Según va bajando los párpados, un terrible final fluye de su cabeza mientras un aliento gélido roza su nuca.



Relato escrito para el Reto 5 líneas del mes de julio de 2021 del blog de Adella Brac.

Las palabras son: Bajando / Parte / Manos.




Imagen de Comfreak en Pixabay 



miércoles, 14 de julio de 2021

INFINITO

 

A Miguel lo cobijó un olivo nada más nacer. Adelantó su llegada porque era temporada de verdeo y no quiso perdérsela. Su familia vivía de su cultivo. Sus padres tenían por delante mucha aceituna por recoger y demasiadas bocas que alimentar. Por eso, aun estando casi fuera de cuentas, María, su madre, no pudo permitirse el lujo de quedarse en casa. Cuando los dolores se intensificaron y fueron insoportables, buscó el mejor lugar para dar a luz. Lo parió en una de las camadas del olivar, sobre un lecho de halderas que le preparó Juan, su marido. Despuntaba el alba y aquel otoño hacía tanto frío que, cuando Juan cortó el cordón umbilical, pensó que el pequeño estaba muerto. No se movía ni tampoco respiraba y su piel estaba completamente amoratada. Sin perder ni un segundo, María se levantó la ropa, lo colocó sobre el lado izquierdo de su pecho, piel con piel, y lo abrigó con la temperatura de su propio cuerpo mientras lo acunaba con la nana que canturreaban sus latidos. Exactamente lo mismo que hacía con ella su madre para que se calmara antes de dormir. Fue algo instintivo, sin pensarlo. Lo vio tan desvalido que le salió del corazón su instinto maternal. Lo acarició con ternura, lo cubrió con su aliento para darle calor y esperó a que se produjese el milagro. Poco a poco, su cuerpecito se fue templando. Al momento, notó que el bebé se movía y rompió a llorar. ¡Dios mío, está vivo!, gritó María. El resto de la cuadrilla llegó corriendo al escucharla. No se lo podían creer. El bebé, con los ojos cerrados y guiándose por su olfato, agarró el pecho con sus manitas. Acercó su boquita al pezón, lo atrapó entre las encías y succionó con fuerza. María sabía que era demasiado pronto. Aún no tenía leche, pero no importaba. Estaba tan emocionada por verlo con vida que lo amamantó con ternura y calmó su sed con sus lágrimas. Cansado de chupar sin sacar nada, el pequeño Miguel se quedó dormido. Todos los de la cuadrilla aportaron alguna prenda de abrigo con la que improvisaron una cuna en el interior de una espuerta. María lo acostó dentro con sumo cuidado y lo arropó con su vieja chaqueta de lana. Mientras los hombres vareaban las copas del olivo con las haraperas, se arrodilló bajo sus ramas y recogió aceitunas con los dedos congelados hasta llenar el macaco, como si nada extraordinario hubiera sucedido momentos antes. Aquel año, la cosecha fue muy abundante. Por eso, siempre le decía a Miguel que había nacido con un pan debajo del brazo.

Pasaron los meses plácidamente. Miguel creció fuerte y sano. Se crio en el olivar. Al principio para que su madre lo amamantara, pero ya no hubo quien lo alejase de allí. A veces se mimetizaba tanto con el paisaje que era muy difícil controlar dónde estaba. Sus ojos eran tan verdes como las aceitunas que le vieron nacer. Su pelo, ensortijado y negro como la noche. Su piel canela, tostada por el sol, fue adquiriendo el mismo color que la tierra en la que jugaba.

Gateaba por todo el olivar mientras todos trabajaban. Sentía una atracción especial por los troncos retorcidos de los olivos. Los chupaba, los abrazaba, los acariciaba, los olía, y le sirvieron de apoyo cuando empezó a dar sus primeros pasos. De ellos aprendió cómo resistir el frío en invierno y el calor en verano, el hambre y la sed. A mirar el cielo. Siempre le gustó más trepar hasta las ramas más altas que andar bajo sus copas. Desde allí arriba, podía ver y sentir cómo el viento peinaba los cabellos de la sierra. Cómo las hileras de olivos ondeaban su ramaje en aquel inmenso mar verde. Podía reconocer el aroma que traía la brisa tras descargar el cielo su oro líquido sobre los campos sedientos. Casi podía rozar las nubes con los dedos y allí, siempre se respiraba silencio. Aquella afición suya por las alturas le costó más de un disgusto. Sus piernas fueron el pergamino donde escribió su historia con arañazos y cicatrices. Cuantos más daños sufría, menos lloraba. Ni siquiera se quejó cuando se hizo una buena brecha en la frente al golpearse con una rama y empezó a sangrar. Todos, muy asustados, corrieron a socorrerlo. Mientras lo curaban y le daban unos cuantos puntos de sutura, él sonreía embelesado señalando al cielo. Acababa de descubrir la belleza de las estrellas fugaces que titilaban con mayor nitidez esa noche.

Miguel se convirtió en el hijo y el hermano de todos. Eran su familia del olivar. Con su mirada despierta los observaba mientras realizaban el ordeño de los olivos. Aprendía muy rápido y ellos siempre estaban dispuestos a sembrar la semilla de su sabiduría ancestral en su insaciable curiosidad.

Él los escuchaba con muchísima atención cuando le decían:

—Miguel, mira. Tienes que elegir los mejores plantones si quieres que crezcan fuertes y te den las mejores cosechas.

—Niño, así es cómo se planta y se cuida un olivo. Nunca lo olvides.

—Oye, Miguel, tienes que cultivar y recolectar con inteligencia si quieres obtener el mejor aceite.

Absorbió todos sus consejos con avidez y los inundó de preguntas juiciosas, que no eran propias de su corta edad. De todos aprendió el oficio. A ellos les debía que no se perdieran sus raíces. Calaron tan hondas sus enseñanzas que enraizaron en su ser. Se convirtieron en su esencia y pasaron a formar parte de él.

A su lado el tiempo transcurría veloz, pero llegó el momento de asistir al colegio. Al principio no lo aceptó y se resistió a ir. Lloró y pataleó, agarrado con brazos y piernas alrededor del tronco de un olivo. No entendía por qué tenía que alejarse de lo único que había conocido hasta entonces: el campo.

Aunque adoraba su vida tranquila en el pueblo y el latido milenario del olivar, que había escuchado desde su primer aliento de vida, no podía dejar de mirar al cielo. Era superior a él. Era su sueño, su delirio incontrolable.

Le costó un verdadero sofocón, pero al final la razón doblegó a su espíritu libre. No le quedó más remedio que asistir a clase.

Aquel era un mundo completamente desconocido para él. Le asustaba. Acostumbrado a vivir en libertad en medio de aquel mar de olivos, fue muy duro para él pasar tantas horas encerrado en aquel lugar. Se sentía preso. Se asfixiaba. Necesitaba ver el cielo. Los primeros días se aburría muchísimo, pero pronto descubrió las ventajas. Comprendió que, además de aprender, allí también podía jugar con otros niños de su edad. Sus hermanos eran más mayores que él y no le prestaban demasiada atención. Desde pequeños se vieron obligados a trabajar en el campo. Se acostumbró a estar solo y a tener siempre la cabeza en las nubes.

En cuanto aprendió a leer, destacó en el colegio. Su inteligencia era muy superior a la media de sus compañeros. Le decían que era como una esponja. Llegaba cada día a clase impaciente por aprender y ávido de conocimientos. Era muy bueno en todas las asignaturas, especialmente, en las de ciencias. Su profesora estaba muy orgullosa de tener entre sus alumnos a uno tan aventajado. Miguel alucinó el día que le enseñó cómo debía de utilizar un microscopio. Aquello que vieron sus ojos a través de las lentes le recordaba mucho al cielo. Se abrió ante él un nuevo universo, una puerta hacia lo desconocido. A lo que no pueden ver los ojos sin la ayuda de instrumentos. Le encantaba estudiar. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía que sería astronauta o astrónomo. Su sueño era conocer la luna y los demás planetas de nuestra galaxia. Dedicó mucho tiempo a formarse para ello.

Pero, a veces, la vida nos corta las alas y nos devuelve al suelo. Sus hermanos mayores fueron emigrando a la ciudad en busca de un trabajo menos incierto, más seguro que el campo. A él, como hermano pequeño, no le quedó más remedio que quedarse en casa al cuidado de sus padres, que ya eran mayores, y del olivar. Los primeros años, intentó compaginar estudio y trabajo, pero la enorme exigencia del campo no lo hizo posible. Llegó a la conclusión de que era como una novia celosa. Acaparaba todo su tiempo y no le permitía alejarse ni un solo día de allí.  Antes de que se diera cuenta, pasaron los años. Se hizo un hombre y la adolescencia quedó atrás. A lo largo de esos años, lo intentó con varias novias, pero ninguna pudo competir con su gran amor, la luna.

Su padre enfermó gravemente y murió. Su madre no pudo con tanta tristeza. Perdió a sus padres casi a la vez al finalizar la cosecha, cuando se enlutó de blanco el olivar con los primeros suspiros del invierno. Los incineró, tal y como ellos lo habían dispuesto en su testamento. Luego, esparció sus cenizas entre las hileras de olivos en las que había derramado el sudor toda su familia durante generaciones. Se quedó completamente solo. Por eso, ahora, cuando se ahoga de soledad en su silencio, se mece entre las ramas que lo cobijan en el olivar y mira al cielo.

Al anochecer, libera sus anhelos bajo las estrellas. Observa el universo a través de un sofisticado telescopio que compró por Internet tras años de ahorrar con mucho sacrificio. Pasa largas horas sin dormir trazando un dibujo de cada constelación. Luego, lo dobla junto con sus deseos y lo guarda en el bolsillo. No necesita beber nada para que se espume su imaginación. Hace mucho tiempo que su mundo se le ha quedado pequeño. Pero se siente infinito cuando, siguiendo la estela de las estrellas, atrapa sueños bajo la luz de la luna. Ha aprendido a utilizar una cámara especial para inmortalizarla haciéndole miles de fotografías. Así puede seguir admirándola, aunque sea de día. Aún se le acelera el corazón con cada nuevo hallazgo, con cada descubrimiento de una nueva de sus caras desconocidas.

Pero al llegar el amanecer, se siente preparado para una nueva jornada de trabajo en la sierra. En el campo no hay descanso. El olivar necesita su compañía y sus cuidados. Nadie conoce como él cada olivo, cada sufrimiento, cada esfuerzo realizado para crecer, cada cicatriz tatuada en su tronco. Sabe calmar su sed, curar sus heridas y, cuando maduran sus frutos, aliviar su carga. Hablan el mismo lenguaje. No necesitan palabras. Comparten las mismas raíces y el aceite corre por sus venas.

Aunque, de tanto soñar con las estrellas, ha empezado a notar más etéreos sus pies. Algunos dicen que lo han visto volar sobre el olivar las noches claras de verano, pero nadie les cree.

Eso es porque jamás lo han visto regresar a casa con el cuerpo cubierto de estrellas, el universo oculto en su mirada y, en los labios, pedacitos de luna.


Relato presentado al III Premio Internacional de Relato Corto sobre Olivar, Aceite de Oliva y Oleoturismo, y que ha sido seleccionado, en su primer proyecto editorial como egresados de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, para su publicación en el libro:

"CUENTOS DEL OLIVAR"


En este enlace puedes descargar el libro gratuitamente:

Cuentos del olivar


Fotografía de Doménico Biello.




















martes, 13 de julio de 2021

¡AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA!

 

En cuanto nos instalamos a vivir en el edificio, tuvimos que comernos a unos cuantos vecinos, más que nada para no defraudar. Sé que debemos tener mucho cuidado y mantener las apariencias por nuestra seguridad. A la bruja del segundo no se le escapa nada y, desde que llegamos, nos mira mal. El dragón del ático está que echa humo con las hadas del primero, porque aletean por su terraza y se la dejan perdida de purpurina. El conde del tercero se descompone y amenaza con sacar los colmillos, cuando, por la mañana temprano, los enanos del sótano interrumpen su sueño silbando y dando golpes al trabajar.

A nosotros, que vivimos en el bajo, nos corresponde este año la presidencia. Estamos deseando que finalice nuestro mandato para recuperar la tranquilidad. En esta comunidad, ¡qué difícil resulta mantener viva la fantasía!



(Publicado en la web Microcuento.es)



Imagen de Peter H en Pixabay 



lunes, 12 de julio de 2021

LOS CUERPOS DORADOS

 

Poema ganador semanal en el Concurso de Poesía de la Cuenta 140, de la Revista El Cultural de El Mundo, cuyo tema es "LOS CUERPOS DORADOS".




Pilar Alejos


"El viento esparce destellos de sol.
Sobre la arena, sombras chinescas.
Lame el tiempo su piel de barro."



Muy buena esa acción del sol “esparciendo” sus propios “destellos”, como briznas de una sustancia invisible y dorada que también nos deslumbra en la lectura. Sin embargo, nada es lo que parece, porque tenemos esas “sombras chinescas” que nos desconciertan. El tiempo es maleable: gran verso final. Poema redondo en evocaciones y plasticidad.


Comentario del conductor de la cuenta, el poeta y novelista, Joaquín Pérez Azaústre.


Sorolla: 'Corriendo por la playa. Valencia', 1908


sábado, 10 de julio de 2021

SE SIENTE AGUA Y ARENA...

 

Se siente agua y arena,

vacío paisaje,

sin faro ni luz

para volar.

Se hunde en el silencio

de un amanecer

sin palabras,

en su inmensa

soledad.

Flotan a la deriva

sus labios

sus versos

su voz

su paz.




Foto de Jasmin Chew en Unsplash



SE ABRIÓ PASO ENTRE LAS ROSAS...

 

Se abrió paso entre las rosas

con sus brazos hacia el azul.

Puso fin a su ceguera

con los ojos cerrados

y respiró como si lo hiciese

por primera vez.

Su pecho se llenó de luz

a bocanadas.

Inspiró valor,

expulsó cobardía

y aromó su alma

de libertad.








COMPARTIMOS LUNA...

 

Compartimos Luna

y Tierra al anochecer.

El oxígeno circula

de tu boca a mi boca

sin intermediarios.

El viento es caricia

en mi piel de arena.

El tiempo es latido

atrapado bajo los pies

de un abrazo acogedor.

La vida es un beso,

un cielo para dos.







ESPERAR LA NOCHE...

 

Esperar la noche

perdida en un vacío de sol.

Motas plomizas de luna,

sobre mi piel huérfana

de un aliento de acero,

de un susurro de cristal.

Nadie será mi horizonte.

Seré latido

y amanecer.