El
azar quiso que acabasen el uno frente al otro. Durante años, se amaron
en secreto de reojo mientras acumulaban polvo y ausencias en la parte superior
de la estantería. Su mundo se detuvo al descubrir que el tiempo se les había
esfumado con alas de silencio. Pero no despertaron de su letargo hasta que, junto
con el pasado, tuvieron que abandonar para siempre aquella habitación. La
infancia perdida hacía mucho que había huido de esa casa.
Tras
su desahucio, fueron condenados al olvido en el fondo de un arcón. Al descubrir
que él estaba a su lado, aquel lugar le pareció más cálido y luminoso. La
distancia entre ellos se redujo a solo a un suspiro, por eso, su mirada de
botones se derritió ante la ternura de aquel rayo láser que la ruborizó.
Aunque
sus cuerpos de lana y acero se fundieron en un único corazón, bajo sus cenizas,
la niñez sigue jugando al escondite.