Cuando soy mar,
el viento suspira dócil
entre mi oleaje.
Atardecen mis manos
ebrias de sol y se diluyen
en la noche de mi silencio.
Y una estela de luna
se bambolea calma
en mis sábanas de sal.
Cuando soy mar,
el viento suspira dócil
entre mi oleaje.
Atardecen mis manos
ebrias de sol y se diluyen
en la noche de mi silencio.
Y una estela de luna
se bambolea calma
en mis sábanas de sal.
Te busqué
en el eco de un adiós
silencioso en la noche,
en el aroma de una nostalgia
que habita la piel,
en el calor de una palabra
desnuda de rocío.
Te hallé
en el reverso de mis ojos,
al borde de los labios,
en un latido
a la izquierda del pecho.
Cada
día se prepara frente al espejo para representar la misma comedia. Él no es de
esa clase de hombres que dice «te quiero» y se ha acostumbrado a su silencio. También
es parco en abrazos y caricias, pero lo acepta sin reproches. A ojos de los
demás, son la pareja perfecta, aunque, cuando se quita el maquillaje de
felicidad, sus ojos muestran su tristeza. Sin embargo, hoy poseen una luz y un
brillo diferente mientras se aleja de su frialdad tras bajar el telón por
última vez.
No hay distancia
para los sentimientos
que aletean
ni acantilados
para el deseo
de líquida piel.
Hay un poema
para la ternura
que anida en la boca
y palabras terciopelo
para la sed
de áridos labios.
Apenas una añoranza,
un silencio entre los dedos,
un sabor de luna.
Y regresas
a mi mirada, a mis labios
al borde de los tuyos.
Y anocheces
a la orilla de un suspiro
en el horizonte de mi espalda
Como llovizna de luz
inundas, de ti, de mí,
la ausencia que es herida.
Esa ausencia
que lleva tu nombre
al despertar.
Esa soledad
que abraza tu calor
y se desvanece.
Esa desnudez
que tirita en el alma
sin tu abrazo.
Esa nostalgia
que huele a tu piel
y besa mis labios.
Nadie es eterno.
Nada perdura.
Salvo este amor
inmarcesible.
Relato que ha llegado hasta el podio semanal en el Concurso de Microrrelatos de la Cuenta 140 de la Revista El Cultural de El Mundo, cuyo tema es "Las cortinas".
Me
gustaba su compañía, pero hace tiempo que huyeron. Cuando algo va mal, son las
primeras en abandonar el barco. Me quedé sin saber qué le pasó a aquel
antepasado suyo que viajó a la luna. En mi situación, ha sido imposible preguntárselo.
Dejé
de salir. Permanezco aquí, inmóvil y callada. Nadie me ha echado de menos, ni
el cartero, a pesar de que el buzón vomita sobres sin abrir. Hace tanto que no tengo
quien me escriba cartas… tan solo son facturas.
Hasta
que no aparezcan los números rojos, no exigirán mi desahucio. Entonces,
descubrirán que la soledad mata.
Dijimos "para siempre",
mis manos en las tuyas
y en brasas el corazón.
Dos cuerpos en uno,
cobijados en la misma piel
y un latido compartido.
Un abrazo, un beso
infinito, un universo
sin miedo a amar.
Un susurro luna
se estremece en los labios,
una caricia corazón
se desnuda en el pecho.
Una aliento lluvia
se esparce entre suspiros,
un abrazo volcán
se abrasa en la desnudez.
Y nos desnuda la noche,
una marejada de silencio,
un infinito amor.
Etérea oscuridad
que envuelve de bruma
la piel de un silencio.
Frágil desnudez
al borde de la noche
del alma que suspira.
Y te deslizas
con alas de viento
al amanecer.
Se
siente orgulloso de su crecimiento personal hasta lograr ser abogado, pero jamás
olvida su pasado. Aquel invierno, cuando sus padres perdieron el trabajo, su
casa se quedó congelada y la nevera tan vacía como sus bolsillos. Le resultaba
imposible dormir. El hambre le gritaba desde su estómago. Con la inocencia que
da la niñez, soñaba que, al despertar, desaparecería aquella pesadilla y la
vida se vestiría de nuevo de esperanza tras la puerta. Se equivocaba. Todas las
mañanas se le inundaban los ojos de decepción hasta que un día su deseo se hizo
realidad.
Por
eso, en cuanto conoció la situación desesperada en que se encontraba aquel
barrio marginal, supo que debía proteger a esas familias que llevaban meses
viviendo en condiciones inhumanas.
Ha
presentado un recurso contra el corte del suministro eléctrico. Mientras se resuelve,
presta allí sus servicios como voluntario. Sabe que la Justicia no hace
milagros.
Mientras
ojea la revista del corazón, piensa que las familias que allí posan no se
parecen nada a la suya. Demasiado perfectas y felices. Esa vida de lujo y
sonrisas congeladas en papel cuché dista mucho de su realidad.
Alza
la mirada llena de nostalgia hacia las fotografías que palidecen sobre el
mueble del salón: los niños, en su primera comunión; con sus padres, unas
navidades; todos juntos, aquel lejano verano frente al mar. Tiempos felices que
aún le palpitan en la herida, pero actúan como un bálsamo para su dolor. Son su
único consuelo desde que, en aquella curva mojada de lluvia, un
loco se los arrebató.
Aparta
de un manotazo esa añoranza que habita sus ojos y, con el impulso de un suspiro,
se levanta del sofá. Mete su tristeza en la olla exprés junto con el arreglo de
cocido y enciende el fuego.
Hoy
el día ha amanecido insoportable. Por eso se sirve una copa de ese vino que
guarda para las ocasiones especiales. Sabe que no calmará su sed de venganza,
pero, al menos, enmudecerá ese silencio atronador.
Cae un velo de silencio
sobre sus labios rotos.
Aflora en la noche afilada
su alma herida.
Busca otro cielo
más allá del horizonte,
repara sus grietas
con nubes de olvido,
libera sus cabellos
de sus caricias
y ahoga su mirada
con lágrimas de mar.
Vuelvo al amanecer
que inunda mis ojos
de líquida luz.
No hay abismos
donde el eco suspira
ni lágrimas de lluvia
donde naufragar.
La piel ausente
se lanza al vacío
de unos labios
desnudos de ti.
Sonrisas de emoción
aletean
entre latidos de viento.