Vestida de blanco, de libertad, de vida elegida entre cuatro paredes, su alma escogió su divina compañía y cerró la puerta. De su interior fluyeron poemas plagados de mayúsculas y guiones, de petirrojos y eternidad, mientras bebía atardeceres en tazas de té.
Le bastó una habitación propia para ser genial.
Este relato es mi pequeño homenaje a la poeta más grande en lengua inglesa.
Emily Dickinson (Amherst, 1830-1886)