Nadie
me advirtió de los efectos secundarios que provocabas y yo te besé. Los
primeros síntomas no tardaron en aparecer. Amanecí tan eufórico y desorientado
que se me congestionó el pecho por una acumulación de nubes. Respiraba con
dificultad sin tu boca. Para abrir las vías respiratorias, busqué un humidificador
de cielo azul, pero, al inspirar, se me atragantó una noche estrellada. Anestesiado
por tus labios, no era capaz de pensar con claridad. Mi instinto felino se
encontraba desactivado. Me sentía desarmado e indefenso, con la cabeza hueca y llena
de pájaros.
En mi
delirio, dudé si me querías y se me inundaron los ojos de margaritas. Entonces,
recordé lo mucho que te amo, que soy adicto a tus besos, aunque me cueste la
vida.
Mención Especial en el I Concurso improvisado de
"El bic naranja: viernes creativos".
Imagen de KozDos
Portada del libro de microrrelatos de Ernesto Ortega,
publicado por Enkuadres Ediciones Enkuadres,
"Los defectos de la anestesia".
A veces los efectos secundarios merecen la pena, igual que tus historias.
ResponderEliminarCuando hay amor, somos capaces de lo imposible.
EliminarMil gracias, Margarita.
Besos apretados.