Aquella
noche le esperaba un auténtico suplicio. Solo le quedaba un cigarrillo, pero
era demasiado tarde para comprar otra cajetilla. Pensó que la espera se le iba
a hacer muy larga. Tendría que buscar otra forma de aplacar sus nervios.
Sabía
que no podía abandonar su puesto ni perder la concentración. El mínimo descuido
le podría llevar a cometer un error imperdonable. Revisó el interior de su
bolsa por si encontraba algo que le ayudara a superarlo. No hubo suerte. Para
tranquilizarse, intentó no pensar más en ello comprobando si no le faltaba
nada, si contenía todo el material necesario para llevar a cabo su trabajo.
Mentalmente repasó las precauciones que debía tomar y dio un nuevo vistazo a su
alrededor, asegurándose de que estaba situado en el lugar adecuado.
Al
amanecer, con el cuerpo destrozado por la tensión, miró a través del visor y
apuntó directamente a la cabeza de su objetivo…
(Publicado en la web Microcuento.es)
El trabajo de un francotirador ha de ser paciente y constante, pero lo más difícil debe de ser el dilema moral que puede sentir tras la destrucción que provoca. Para no dudar en una situación así hay que tener mucha frialdad.
ResponderEliminarBuen relato y bien contado, Pilar.
Un abrazo
Eso es. Ha de ser una persona muy fría y calculadora para hacer semejante trabajo.
EliminarMuchísimas gracias, Ángel.
Besos muy apretados, amigo.