Para Juan
y Francisca todos los días son iguales. Con sus rostros inexpresivos, permanecen
ausentes, como si vivieran en un perpetuo letargo. No les importa nada si hace
frío o calor. Ni siquiera perciben lo mucho que han cambiado las cosas en su
pueblo. Ese aislamiento rural, que en su momento los aplastó hasta la asfixia, ya
no es tan opresivo como antes.
A
ellos se les congeló la vida durante los primeros años de su juventud.
Cuando ambos eran soñadores y apasionados. Cuando todavía creían en el amor de
verdad. Pero, para su desgracia, también eran tiempos de absoluto respeto a los
padres y a sus decisiones. Por muy injustas que les parecieran, no admitían
discusión.
En ese
momento, nada pudieron hacer para luchar por su amor y evitar quedarse anclados
en su dolor. Otros decidieron su destino.
Él
bebía los vientos por María, la hija de un jornalero humilde que trabajaba las
tierras de otro. Ella se enamoró de Jesús, el noble pastor que cuidaba el
ganado de su patrón.
Su
padre se opuso a esos amores en cuanto se enteró. Pertenecían a la familia
más adinerada de la comarca. Debían aspirar a algo mejor. Y si no, siempre podían
recurrir a los matrimonios de conveniencia para aumentar el patrimonio familiar.
Como ninguno
de los dos aceptó renunciar a sus sentimientos, les aplicó un duro correctivo.
Su decisión tuvo graves consecuencias para todos.
A
Francisca le prohibió salir de casa. Pensó que, si no veía a Jesús, acabaría
por olvidarlo. A Juan lo amenazó con desheredarlo, aunque, por
ser el varón, estuviera destinado a ser el dueño de todas las propiedades
familiares. Y, además, si insistía en proseguir con su relación, recibiría un
castigo mucho más duro: el exilio. De nada les sirvieron sus lágrimas y
súplicas. Su padre se mantuvo firme.
Desde
entonces, ella ve pasar la vida a través de la reja de su ventana. Él, sentado junto
al portón de la casa familiar. Se han convertido en dos sombras inanimadas. Continúan
allí, esperando a que el amor de su vida los despierte de esta pesadilla. Bajo
las cenizas del odio, aún late en su corazón el fuego de entonces.
Mientras
tanto, sigue sin resolverse la misteriosa desaparición de su padre.
Relato presentado al Concurso #historiasrurales de zendalibros.com
Pues es triste, refleja la realidad de un tiempo en que el casarse era una formalidad tras un noviazgo a veces impuesto. Qué podrían contarse...pues mil cosas. Está por ver si lo hacen, por supuesto.
ResponderEliminarUn abrazo
Refleja el retrato de otros tiempos en blanco y negro, donde en algunas familias el amor no importaba, solo se trataba como un negocio más.
EliminarMuchísimas gracias por tu comentario, Albada.
Besos apretados.
¡Qué interesante, Pilar! Me ha gustado mucho. Aunque sea una triste historia, está tan bien contada que la lees con el corazón en un puño.
ResponderEliminarSaber que te ha gustado ya es todo un premio para mí, Aurora.
EliminarMil gracias por tus palabras!
Besos apretados.