Aunque
parezcan estar hechos con rotulador, ella afirma que son tatuajes. Los mensajes
y dibujos de distinto tamaño simulan haber sido colocados al azar, pero en
realidad, cubren su cuerpo de manera estratégica. Sin ella pretenderlo, a ojos
de los demás, le confieren ese aspecto de tía dura, que provoca entre los
compañeros admiración y temor a partes iguales. Su rostro impenetrable les
infunde demasiado respeto a todos. Por eso ninguno se atreve a negarle un favor
ni a llevarle la contraria en nada, excepto yo. Ella confía totalmente en mí, sin
embargo, comprendo que a veces prefiera estar sola. Algunos confunden su mirada
ausente con desdén y prepotencia. Ignoran que se equivocan. Tal vez porque jamás
la han visto tragarse su dolor y llorar de impotencia con el alma herida, como
lo he hecho yo. Desconocen lo difícil que resulta ocultar las huellas de esas
caricias que tanto duelen.
Qué bueno Pilar. Ese final es como un puñetazo en el estómago.
ResponderEliminarMucha suerte.
Besicos muchos.
Oh, Nani. Cómo me alegro que te haya gustado. Muchísimas gracias por tus palabras. Besos.
EliminarMe pareció muy original el planteamiento. El dolor...es que no se ve.
ResponderEliminarUn abrazo
Sobre todo el del alma. Mil gracias, Albada, por tu comentario. Besos.
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