Bajo
la ducha cálida, rememoraba, una y otra vez, el placer que le proporcionaba esa
extraña pasión que sufría, tan irrefrenable que le dejaba sin aliento. Y se le
erizó la piel.
Durante
años, había soñado con tener una pareja muy peculiar. Sabía que no sería fácil,
pero de todas las rarezas que anhelaba encontrar, aquella era la más
extraordinaria. Cuando aquel domingo la vio por primera vez en el paseo, supo
que debía actuar con cautela. Respiró hondo, disimulando así sus ansias de poseerla.
Temía que, si se precipitaba, podía cometer algún error y no debía arriesgarse.
Necesitaba desplegar todas sus estrategias de seducción para no desaprovechar semejante
oportunidad. En cuanto la hizo suya, supo que cumplía todas sus expectativas. Su
búsqueda había terminado.
Y
se estremeció, tanto como la primera vez, al contemplar en sus manos la belleza
excepcional de aquellos ojos de mirada bicolor.
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