En
cuanto puse la llave en la cerradura, noté cómo la casa se estremecía. Temblaban
tanto las paredes que parecía que su interior estaba siendo devastado por un terremoto.
Los muebles abrían y cerraban sus puertas a mi paso mientras que yo esquivaba los
objetos que salían volando a mi alrededor. Por un momento, pensé en huir, pero
cerré los ojos y grité tu nombre. Entonces, el tiempo se detuvo y regresé a tu
abrazo. Reconocí el aroma de tu piel, sentí una oleada de caricias y a tu aliento
susurrando «quédate».
Ahora
sé que lo más duro no fue perderte, sino desaparecer.
Foto: Nieves Nieto.
Espectral relato. Me ha gustado, porque no esperaba ese giro final. Un abrazo.
ResponderEliminarMe alegra saber que te he sorprendido, Rebeca.
EliminarMil gracias por tu comentario.
Besos apretados.
Ha de ser duro estar y no poder tocar ni participar en la realidad que se contempla. Buen relato de un amor que perdura, aunque haya de ser de forma incompleta. Un abrazo, Pilar
ResponderEliminarLo que más cuesta es marcharte del todo.
EliminarMuchas gracias, Ángel.
Besos muy apretados, amigo.