Observo
cómo chapotean sus pies debajo del agua. La nube de burbujas que se forma a su
alrededor me produce un suave cosquilleo. Parece divertido. Verlos así, tan
felices, me anima a participar en sus juegos. Por eso, cuando están distraídos,
rozo sus piernas con la yema de mis dedos. Pero, en lugar de jugar conmigo, huyen
con cara de pavor dando grandes alaridos. Aunque me hace mucha gracia su
reacción, cuando se van, me vuelvo a sentir sola.
En
las noches de luna llena, me encanta sorprender a los enamorados que anclan su
barca alejada de la orilla para dar rienda suelta a su deseo. Cuando menos se
lo esperan, ¡zas! golpeo la barca desde abajo y les doy un buen susto. No puedo
parar de reír al ver cómo gritan aterrorizados. Siempre acaban por alejarse a
toda prisa, remando desnudos y sin mirar atrás.
Espero
con impaciencia la llegada del amanecer. Se respira tanta paz... Es el mejor momento
para dar rienda suelta a mi espíritu aventurero. Desde hace mucho tiempo, me muero
de curiosidad por descubrir qué hay más allá. Aunque solo puedo alejarme hasta
donde me lo permite esa maldita cuerda, que mantiene mi cuerpo amarrado al
fondo del lago.
Un espectro acuático y juguetón.
ResponderEliminarUen humor negro, Pilar.
Un abrazo
Muchísimas gracias, Ángel.
EliminarBesos apretados, amigo.
Qué habrá más allá de la noche en la barca varada...tal vez el cielo.
ResponderEliminarUn abrazo
Nunca se sabe lo que esconden las profundidades...
EliminarMil gracias, Albada.
Besos apretados.