Toda
una vida de pintar solo por encargo ha convertido a Johannes en un hombre
triste. Alimentar a una familia tan numerosa como la suya no resulta nada fácil.
Cada noche se pregunta en qué momento cambió su creatividad y sus sueños por
una vida holgada, sin hambre.
Siempre
procura que sus cuadros no sean oscuros, aunque representen escenas cotidianas.
Atrapa la luz de una manera tan magistral que vence a las sombras iluminando
rostros, objetos y estancias. Pincelada a pincelada, da un baño de vida a esos
instantes que capta su mirada. Trabaja sin prisas, dejando impreso su legado en
esa claridad que irradia pureza y deja entrever la magia que esconde su alma.
Pero
hoy se ha levantado decaído, perdido en el abismo de su oscuridad, cansado de
silenciar sus deseos, de mantenerlos ocultos como presos en las profundidades del
pecho. Permanece en la penumbra, tratando de encontrar una razón para no ahogarse
en sus miedos. Hace demasiado tiempo que no se emociona por nada. Ni siquiera
por su hermosa mujer, a la que ama con locura, ni por sus once maravillosos
hijos, a los que adora.
Sale
de casa arrastrando los pasos. Necesita sentir la caricia del viento. Que lo
libere de esas garras que lo mantienen atrapado en el hastío y la rutina. Deambula
por calles empapadas de silencio, que amortiguan su dolor. Llega al mercado atraído
por el murmullo. Parece anestesiado, como arropado por las insistentes voces de
los vendedores. Todas las personas que pululan entre los puestos le parecen
sombras, tristes siluetas sin rostro.
Prosigue
sin detenerse, dejando atrás el bullicio de las callejuelas. Encamina su
desesperación hacia el puerto y, a medida que avanza, su angustia se acrecienta.
Por un momento, en su amargura, imagina que aquella sería una forma limpia y poética
de acallar su dolor, si tuviera la valentía de dejarse llevar por la cadencia
de las olas. Sentado frente al mar, observa hipnotizado su danza interminable
sin atreverse a sumergirse en sus aguas. Levanta su rostro y clama al cielo para
que le dé fuerzas. Abatido, mira a su alrededor en un último intento de
encontrar algo a lo que aferrarse.
Por
un instante, intercambia miradas con una joven desconocida que posee una
belleza misteriosa. No puede evitar sentirse atraído por el magnetismo de sus
ojos aguamarina cuando lo mira por encima del hombro. Repara en el exótico
turbante azul que cubre sus cabellos y en el brillo de sus labios entreabiertos.
En ese momento, su vida recobra sentido. Respira por la nariz sin miedo, insufla
valor a sus pulmones y exhala los restos de cobardía. En ella encuentra esa
locura que necesita su inspiración. Queda deslumbrado por la perla que pende de
su oreja y que destella cuando se mece al caminar.
Aunque
echa a correr para alcanzarla, ya es demasiado tarde. Su rastro se desvanece
entre la bruma, ignorando la huella que deja en él.
La
contempla tan solo un instante. El tiempo suficiente para recordarla con
detalle, para poder plasmar en un pequeño lienzo su enigmático rostro, su belleza
inolvidable.
Al
llegar a casa, por primera vez en su vida, la pinta solo por placer. Se siente vivo
de nuevo desde que ella habita su alma y guía su pincel. Con sus trazos, logra mantener
su halo de misterio y que «La joven de la perla» sea inmortal.
Tienes esa capacidad de embrujo y provocar adicción a leer más y más todo lo que escribes... Eres buena, muy buena... Gracias por compartir 🌹
ResponderEliminarNo hay nada tan hermoso para mí como hacerte sentir así cuando lees lo que escribo.
EliminarTus palabras me han hecho muy feliz.
Mil gracias, Marí, por pasar y dejarme un comentario tan bello.
Besos muy apretados.
Es muy bonito Pila. Suerte.
ResponderEliminarBesicos muchos
Muchísimas gracias, Nani.
EliminarBesos apretados.