lunes, 30 de agosto de 2021

LA MONA LISA HOLANDESA

 

Toda una vida de pintar solo por encargo ha convertido a Johannes en un hombre triste. Alimentar a una familia tan numerosa como la suya no resulta nada fácil. Cada noche se pregunta en qué momento cambió su creatividad y sus sueños por una vida holgada, sin hambre.

Siempre procura que sus cuadros no sean oscuros, aunque representen escenas cotidianas. Atrapa la luz de una manera tan magistral que vence a las sombras iluminando rostros, objetos y estancias. Pincelada a pincelada, da un baño de vida a esos instantes que capta su mirada. Trabaja sin prisas, dejando impreso su legado en esa claridad que irradia pureza y deja entrever la magia que esconde su alma.

Pero hoy se ha levantado decaído, perdido en el abismo de su oscuridad, cansado de silenciar sus deseos, de mantenerlos ocultos como presos en las profundidades del pecho. Permanece en la penumbra, tratando de encontrar una razón para no ahogarse en sus miedos. Hace demasiado tiempo que no se emociona por nada. Ni siquiera por su hermosa mujer, a la que ama con locura, ni por sus once maravillosos hijos, a los que adora.

Sale de casa arrastrando los pasos. Necesita sentir la caricia del viento. Que lo libere de esas garras que lo mantienen atrapado en el hastío y la rutina. Deambula por calles empapadas de silencio, que amortiguan su dolor. Llega al mercado atraído por el murmullo. Parece anestesiado, como arropado por las insistentes voces de los vendedores. Todas las personas que pululan entre los puestos le parecen sombras, tristes siluetas sin rostro.

Prosigue sin detenerse, dejando atrás el bullicio de las callejuelas. Encamina su desesperación hacia el puerto y, a medida que avanza, su angustia se acrecienta. Por un momento, en su amargura, imagina que aquella sería una forma limpia y poética de acallar su dolor, si tuviera la valentía de dejarse llevar por la cadencia de las olas. Sentado frente al mar, observa hipnotizado su danza interminable sin atreverse a sumergirse en sus aguas. Levanta su rostro y clama al cielo para que le dé fuerzas. Abatido, mira a su alrededor en un último intento de encontrar algo a lo que aferrarse.

Por un instante, intercambia miradas con una joven desconocida que posee una belleza misteriosa. No puede evitar sentirse atraído por el magnetismo de sus ojos aguamarina cuando lo mira por encima del hombro. Repara en el exótico turbante azul que cubre sus cabellos y en el brillo de sus labios entreabiertos. En ese momento, su vida recobra sentido. Respira por la nariz sin miedo, insufla valor a sus pulmones y exhala los restos de cobardía. En ella encuentra esa locura que necesita su inspiración. Queda deslumbrado por la perla que pende de su oreja y que destella cuando se mece al caminar.

Aunque echa a correr para alcanzarla, ya es demasiado tarde. Su rastro se desvanece entre la bruma, ignorando la huella que deja en él.

La contempla tan solo un instante. El tiempo suficiente para recordarla con detalle, para poder plasmar en un pequeño lienzo su enigmático rostro, su belleza inolvidable.

Al llegar a casa, por primera vez en su vida, la pinta solo por placer. Se siente vivo de nuevo desde que ella habita su alma y guía su pincel. Con sus trazos, logra mantener su halo de misterio y que «La joven de la perla» sea inmortal.

 

 

Relato elegido Finalista por el jurado del



Imagen: Obra del pintor Ciro Marra (Roma / Barcelona)







4 comentarios:

  1. Tienes esa capacidad de embrujo y provocar adicción a leer más y más todo lo que escribes... Eres buena, muy buena... Gracias por compartir 🌹

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    1. No hay nada tan hermoso para mí como hacerte sentir así cuando lees lo que escribo.
      Tus palabras me han hecho muy feliz.
      Mil gracias, Marí, por pasar y dejarme un comentario tan bello.
      Besos muy apretados.

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  2. Es muy bonito Pila. Suerte.
    Besicos muchos

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