lunes, 6 de enero de 2025

KINTSUGI

 

Desde que su musa lo abandonó, el pintor se sintió tan viejo y solo que cayó en la más profunda oscuridad. Sin ella se asfixiaba en aquel laberinto de grises y negros. Habían convivido tantísimos años juntos que parecía que habitaban bajo la misma piel. Con su ausencia, desaparecieron las formas onduladas y etéreas de sus lienzos, que antes conferían una característica única y personal a sus hermosas pinturas. Pero ahora, de sus pinceles únicamente fluían líneas rectas y siluetas angulosas, que yacían inertes sobre fondos sin luz.

Añoraba demasiado aquellos ojos de lluvia donde su cuerpo de arena calmaba su sed. Desolado, deambuló por la ciudad cegado por su dolor hasta que sus pasos lo encaminaron hacia aquella fuente que, con sus reflejos, coloreaba la plaza de arcoíris y, de repente, detuvo su caminar. Borracho de inspiración se bañó en ella, como si fuera la protagonista de «La dolce vita», y sumergió sus heridas en aquel bálsamo de líquida luz. Cuando despertó de su letargo, le pareció que su maltrecho corazón latía mucho más fuerte. Que si antes palpitaba en mil pedazos, ahora lo hacía recompuesto por doradas cicatrices que, a través de sus destellos, le infundían calidez y valor.

De su fragilidad había aflorado tanta belleza que iluminó la noche de su mirada. A pesar de su tristeza, comprendió que la vida sigue, que el mundo nunca se detiene, que para la emoción y el asombro no existen límites de edad ni de tiempo mientras siga latiendo el corazón.

Y como por arte de magia, de nuevo, sus pinceladas se impregnaron de sueños.



Relato publicado en el libro del I Certamen Literario de Relatos Canal Sénior.






No hay comentarios:

Publicar un comentario