Desde que Mei nació, la vida no se lo puso nada fácil. Fue abandonada por sus padres a las puertas del orfanato. No tuvieron elección. Necesitaban un varón que trabajase y heredase sus tierras.
Permaneció hacinada junto a otras niñas como ella, en aquel lugar sucio e inhumano. Nunca recibió una caricia, ni un abrazo.
Lo que marcó su destino como una maldición, después se tornó en una ventaja. Ahora hay demasiados hombres y pocas mujeres. Ha sobrevivido a dos maridos y no le faltan pretendientes.
Mientras que se hace la interesante, ya le ha echado el ojo al tercero. No tardará en caer.
Relato inspirado en esta foto hecha en Shanghái por María Pascual.
Tras mezclar todos los ingredientes con grandes dosis de dulzura y después de amasarlos con sumo cariño, descubrieron que entre todos podían trenzar un mismo sueño con sus dedos.
(Microrrelato escrito para el Concurso de Aragón Radio
Desde que la niña trenzó su cabello de ángel con los rayos de aquel sol de mazapán, vio cómo se empequeñecían bajo sus pies todos sus miedos. Descubrió que era libre, que no necesitaba alas para volar.
(MIcrorrelato escrito para el Concurso de Aragón Radio
Tras mi inicial adormecimiento, vi con claridad que estaba a punto de cometer un error grave. Aquella tediosa espera se había convertido en mi mejor aliada. La atracción que dio inicio a nuestra relación, con el tiempo se transformó en una trampa. Los cambios fueron tan sutiles que no supe reaccionar ante su doble ataque. Anuló mi espacio y mi margen de desplazamiento. Después de su enroque, me creyó incapaz de llevar a cabo alguna jugada de sentido común.
Se sintió vencedor al verme anulada mientras esperaba en la Oficina Matrimonial vestida de blanco. Nunca se imaginó aquel remate. Con mi huida le di jaque mate.
Relato inspirado en esta foto de la Sala de espera de la Oficina del Registro Matrimonial de Tallin, URSS, 1973
Soñar despiertos era nuestro juego favorito mientras la noche nos constelaba de estrellas la mirada. No nos importó que la travesía fuera peligrosa y el destino incierto. Luchamos contra el oleaje con todas nuestras fuerzas, cuerpo a cuerpo, aferrados a la misma quimera. Éramos tan inocentes que nos dejamos arrastrar por cantos de sirena. Cegados, nos alejamos de la realidad y nos adentramos en la tormenta.
Cuando logro escapar del rojo neón que esclaviza mi cuerpo, una y otra vez, recuerdo aquella playa donde nos dejábamos mecer por las olas y se nos incrustaban sueños de arena entre los dedos.