Siempre
ejerciste una gran influencia sobre mí. Me manejabas a tu antojo. A ti se te
ocurrían las travesuras, pero era yo el que las ejecutaba. Lo pasábamos tan bien
juntos que no necesitábamos a nadie más. Me seguías a todas partes y si no, lo
hacía yo. Podíamos hablar de cualquier cosa. Todos ignoraban nuestra relación. Unas
veces me llevaba el mérito de tus ocurrencias. Otras, el castigo. Eran las
reglas del juego. Lo aceptaba sin rechistar. Hasta que te volviste demasiado temeraria.
Te
pillé desprevenida de espaldas al acantilado. Llegaste al agua antes que yo,
pero vencí. Para ser una sombra, pesabas demasiado.
Fotografía: "Dive", de André de Kertész (Hungría 1894)
uf, qué magnífico final.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuanto me alegra saber que te ha gustado.
EliminarMuchísimas gracias, Albada.
Besos apretados.
¡Qué bueno!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Margarita!
EliminarBesos apretados.