Mi
móvil funcionaba a la perfección hasta que empezaron los problemas. En medio de
una conversación, de repente, se distorsionaban las palabras como si habláramos
bajo el agua. Noté la mano húmeda. Parecía que la pantalla tenía alguna filtración
y aquel líquido cristalino no dejaba de manar. Además, desprendía un olor que
recordaba a la tierra mojada de lluvia. Pero cuando afloró un lago rodeado de
otoño, habitado por un señor que me suplicaba que hablara bajito porque le
espantaba la pesca, me asusté y lo lancé contra el sofá.
Llamé
al servicio técnico. Me dijeron que lo que le ocurría era irreversible. Lo inundaba
la nostalgia.
Foto de Dmitry Rogozhkin
Pero qué bonito post. La misma imagen, sobre la vuelta al cole, me pareció estupenda.
ResponderEliminarUn abrazo, y que la nostalgia no nos atrape
Lo más bonito es la cantidad de historias que surgen de una misma imagen.
EliminarMil gracias, Albada.
Besos apretados.
Los móviles hacen de todo, se han vuelto imprescindibles, pero todavía no tienen imaginación, esa la pones tú con este relato.
ResponderEliminarUn abrazo, Pilar
Unas veces más que otras, jajaja.
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras, Ángel.
Besos muy apretados, amigo.
Dan ganas de consolarlo.
ResponderEliminarJajaja. Es verdad. Ay pobre!
EliminarMuchas gracias por pasar por mi rincón, Margarita!
Besos apretados.