Suena
el despertador. Aunque mi cuerpo se niega a ponerse en pie, me levanto un día
más. A pesar del calor, llevo ropa amplia, de manga larga. Prefiero eludir
preguntas incómodas que no deseo contestar. Me despido de mi madre con un beso,
como siempre. No la quiero preocupar. Salgo a la calle arrastrando los pasos. Cuando
llego al colegio, el corazón se acelera, me falta el aliento, la frente,
empapada de sudor y las piernas empiezan a temblar al traspasar la puerta. Allí
están ellos, esperándome a la entrada, intimidándome. Sus miradas de odio anticipan
lo que me espera. Sé que me lloverán los golpes, los insultos y las amenazas, que
amordazan para que no hable. Aun así, mi intención es ignorarles y pasar
desapercibido. Intento escabullirme aprovechando el bullicio de los demás, pero
no tengo ninguna posibilidad de escapatoria. Me persiguen por los pasillos
hasta lograr acorralarme en el baño.
Sin
embargo, desconocen que hoy el miedo cambiará de bando. Sus caras desencajadas
por un gesto amenazante adquieren una mueca de sorpresa cuando mis balas tiñen
de cólera su silencio.
Muy bueno, se acabó el bullying del todo, seguro. O eran seres distintos a compañeros de clase normales.
ResponderEliminarUn abrazo
No le quedó otro remedio que defenderse.
EliminarMuchísimas gracias, Albada.
Besos apretados.
El final sorprende y nos deja como a esos chicos que ejercen el bullying. Muy bueno Pilar, suerte!!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Me alegra mucho que te guste, Nani.
EliminarMuchísimas gracias.
Besos apretados.