Los
días transcurren sin sobresaltos mientras la añoranza se le acumula en las
entrañas. Cada vez le cuesta más regresar a casa por las noches, pero no puede abandonarlos
a su suerte. Su familia lo necesita. No puede evitar que acudan a su memoria
los momentos felices que vivieron juntos. Aunque duelan, le infunden valor para
atravesar el umbral. Avanza con sigilo por el pasillo en penumbra. Habitación
por habitación. Se asegura de que todo esté en orden. Si su mujer ha dejado
atrás su llanto desconsolado y si sus hijos han superado los terrores nocturnos
que les angustiaban desde su marcha. Todos duermen. Acaricia sus cabellos levemente
y besa sus mejillas con ternura. Les echa tanto de menos que daría lo que fuera
por cambiar las cosas. Pero no tiene elección. Su peor pesadilla es que puedan
olvidarse de él por no permanecer a su lado. Por eso siempre se le estremece el
corazón cuando comprueba que persiste su reflejo ausente en el azogue y, tras
de sí, una estela de cenizas.
Bello texto. Uno no muere del todo si deja huella, y amor.
ResponderEliminarUn abrazo, y suerte
Muchísimas gracias, Albada. Besos.
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