domingo, 21 de octubre de 2018

TERAPIA


Siendo un bebé ya mostró los primeros síntomas de su problema. Le costaba mucho compartir a las personas que amaba, especialmente si se trataba de mamá. No consentía que nadie se acercase a ella. Su expresión era tan amenazante que asustaba al más valiente de sus hermanos, sobre todo, desde que le salieron los primeros dientes. 

Lo mismo le ocurrió con su maestra cuando empezó a ir al colegio. Pensó que era de su propiedad. Martirizaba a todo aquel que se atreviese a hablarle a «la seño» sin su permiso. 

Su problema empeoró cuando se echó novia, pero tras pasar por la consulta del psicólogo todo cambió. Comprendió que debía compartirla, que ella no era suya. 

Desde entonces, siguen buscando sus partes repartidas por toda la ciudad.


Imagen: Elisabeth Opalenik

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