Desde
que me ofreciste tu brazo para andar enlazados, desapareció mi miedo. Se
tranquilizaron y dejaron de temblar mis piernas dispuestas a acompañarte. Me bastó
con mirarte a los ojos para recuperar el aliento y volver a suspirar. «No tienes
nada que temer», me susurraste. Siguiendo tus latidos encontré el camino. En
tus labios, recordé el sabor del mar cuando se espuma. Fuimos uno, desde el
momento que tomé la decisión de darme la vuelta y aferrarme a ti.
Atrás
quedó la inmensidad que me ofrecía la luz blanca y cegadora. Dejé de ser sombra
para ser destello a tu lado.
Foto de Manuel Moraleda
Hermoso y sentido relato de amor. Un abrazo querida Pilar.
ResponderEliminarMil gracias, mi querida Edith!
EliminarBesos muy apretados, amiga.
No hay nada comparable a los instantes en la compañía de quien más se quiere, que tú describes muy bien.
ResponderEliminarUn abrazo, Pilar
Sobre todo si te hace regresar de la luz.
EliminarMil gracias, Ángel.
Besos muy apretados, amigo.