Nada
más verla, me impresionó su elegancia, sus zapatos de tacón de aguja, que
estilizaban sus piernas y tanto me excitaban; su manicura de uñas sofisticadas, pero salvajes; el maquillaje perfecto, de pestañas infinitas, que
daban a sus ojos un cierto aire de misterio y labios carnosos con destellos de rojo
deseo.
Apenas
hablamos durante la noche. Dejamos que lo hicieran nuestras manos con su
lenguaje de caricias. Enmudecimos, labio a labio, deseando devorarnos sin prisa.
Nos convertimos en sombras que arden y se desdibujan a la luz de las velas. Embriagados
por el perfume de nuestra piel, dejamos impresas nuestras ansias sobre aquellas
sábanas de negro satén, como si fuéramos fotogramas en negativo de una pasión
hecha cenizas. Y caímos exhaustos tras saciar nuestra sed de locura.
El
amanecer, poco a poco, iluminó la habitación con su luz tenue, desvelándome sin
máscaras, sin ropa ni complementos caros, su desnudez. Su largo cabello
seguía ocultando su rostro, ahora sin maquillaje ni pestañas postizas. Aunque
pude reconocer esa espalda única, tan distinta de las demás. Desde hacía años,
la abrazaba cada noche mientras dormía.
Emotivo relato.
ResponderEliminarBesos.
Muchísimas gracias, Amapola Azul!
EliminarBesos apretados.
Lindo y poético encuentro de pieles. Y almas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mil gracias, Albada!
EliminarBesos apretados.
Un delicioso relato. Beso
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