Durante
la cena familiar, sin preaviso, se produjo la erupción de
reproches. En cuanto nos sentamos a la mesa, una lluvia fina de cenizas se
cernió sobre nosotros como preludio de la catástrofe. Con los primeros
temblores, se tambalearon los cimientos que nos proporcionaban equilibrio. Al escuchar
algunos crujidos a traición, se resquebrajó la fortaleza que nos mantenía unidos.
Dolían demasiado esas grietas. Aun así, intenté evitar que por ellas escapara toda
aquella ira corrosiva que habíamos ido acumulando durante años. Mis hermanas,
al rojo vivo, comenzaron a lanzarse rocas de agravios, que reabrieron sus
heridas incandescentes. Intenté tranquilizarlas, que recuperaran la cordura,
pero su cólera fue en aumento e hicieron frente común contra mí. Me vi
arrastrado por su rabia de lava y ya no pude salir indemne de su odio de fuego.
Tras
la catarsis, todos emprendimos la huida con el aliento ácido aún en llamas. Sobre
el mantel, quedaron sepultados por el dolor nuestros lazos de sangre.
Tiene fuerza, tanto como la ilustración.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te guste, Manuela.
EliminarBesos apretados.
Bárbaro. Esas imágenes de grietas, de denigración por el tiempo, de heridas mal cerradas. Un placer leerte
ResponderEliminarUn abrazo
Mil gracias por tus palabras, Albada.
EliminarBesos apretados.
Muy bueno y muy real en algunas familias, desgraciadamente.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Aurora.
EliminarBesos apretados.