—Mamá ¿no lo recuerdas? Es papá —le dijo su hija, cuando ella le preguntó quién era aquel señor que se acostaba a su lado. La miró con incredulidad y desconfianza. Estaba muy segura, ese no era su Manuel. Él era joven y guapo. A aquel vejestorio no lo conocía de nada.
Después, se le iluminó la cara cuando escuchó las notas de aquel viejo pasodoble que sonaba a través de la ventana. De pronto, su pasado se hizo presente y comenzó a canturrear la letra mientras sus manos acompañaban la melodía bailando en el aire.
Aunque apenas podía ver con sus ojos cansados, adoraba profundamente la poesía. Una y otra vez, leía el mismo poemario. Aquellos versos anegaban su alma de tantas emociones que desbordaban sus ojos y acababan deslizándose por sus mejillas. Luego, se perdía de nuevo en el olvido.
Siempre, en cada lectura, ella sentía que era la primera vez.
(Publicado en la web Microcuento.es)
Muy bueno Pilar. Esa enfermedad tan actual hoy en día y tan cruel!!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Perder tu identidad es terrible, pero lo peor es olvidar tus afectos, olvidarlo todo y a todos.
Eliminar¡Muchas gracias, Nani!
Besos apretados.
Precioso relato, Pilar.
ResponderEliminarEscuchar la música de su vida es genial para estos enfermos. El contacto piel con piel también les ayuda mucho.
Besicos.
Tienes razón, Galilea. La música les ayuda a recordar y es vital el contacto y el cariño de sus familiares.
EliminarEste relato está inspirado en mi madre, que falleció hace dos años de Alzheimer y en otros enfermos como ella que conocí durante su enfermedad.
¡Muchísimas gracias por tus bellas palabras!
Besos apretados.
Bello escrito.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tus palabras!
EliminarBesos apretados.
Precioso y duro a la vez
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias, Yolanda!
EliminarBesos apretados.