Nació un atardecer a la orilla del mar. Los brazos de su padre, tatuados por el sol y el salitre, fueron su primera cuna, donde la mecía con la cadencia de las mareas. Se acostumbró a dormir al arrullo de las olas, bajo la luz de la luna.
Jamás echó de menos a su madre, porque nunca supo quién era. Le bastaron las caricias de su padre que le dejaban en su piel olor y sabor a mar. Aprendió a cantar con el sonido escondido en las caracolas. Pensaba que se las regalaba su padre, envueltas en encajes de espuma, cuando salía a navegar. Así le dolía menos su ausencia.
Con el tiempo le creció el cabello y su piel se cubrió de escamas. Se sentía más cómoda dentro del agua que fuera de ella y permanecía largo tiempo sumergida sin necesidad de respirar.
Un día, amaneció con las piernas pegadas y los pies con forma de aleta. No pudo entender qué le había ocurrido hasta que escuchó cantar a esa dulce voz de coral, que la atrajo hasta la playa.
Imposible resistirse a aquella sirena. Nadó hasta alcanzarla. En el calor del abrazo descubrió el amor de su madre.
(Relato escrito para la web estanochetecuento.com ENTC en Abril 2018)
Fotografía: René Maltête.
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