Primero, uno a uno, fueron despojados de su identidad al ser detenidos. Uniformados, con camisa negra y pantalón blanco, pasaron a formar parte de los vencidos. Solo él opuso resistencia. Soportó amenazas y vejaciones, pero mantuvo la ropa y la dignidad. Los vencedores acabaron por aceptar su rebeldía y lo dejaron en paz.
Al amanecer, el cielo se vistió de luto. Aquellos hombres, armados de locura, eligieron a unos cuantos prisioneros al azar, entre los que se encontraba él. Al llegar a un campo cercano, los obligaron a tumbarse al borde del camino, intercalados en posición fetal. Obedecieron sin rechistar. Él se negó a cumplir la orden. Permaneció de rodillas hasta que le alcanzó la sinrazón de la guerra.
Gritó hasta su último aliento mientras del pecho se le escapaba la vida y la libertad, tiñendo su camisa blanca.
Fotografía: Bourilhon
Rebelde y digno hasta el final, para no ponérselo fácil a los verdugos.
ResponderEliminarUn personaje que merecía este relato.
Un abrazo, Pilar
Cuando un el pecho late un corazón libre, nada ni nadie lo puede doblegar.
EliminarMil gracias, Ángel.
Besos muy apretados, amigo.