jueves, 17 de enero de 2019

SOSPECHA



Desde que Lucía llegó a casa presintió que algo no iba bien. 

—¡Mamá, ya estoy aquí! —gritó, como siempre hacía al llegar, pero no obtuvo respuesta. 

Le resultó muy extraño. Era la hora de la cena y su madre debía de estar allí. 

Mientras dejaba la mochila sobre el mueble de la entrada, escuchó unos ruidos que no supo identificar. Comprobó si procedían de la cocina, pero la encontró vacía. 

De pronto, oyó algo extraño seguido de un grito ahogado. Sobresaltada por la impresión, dio un respingo que le erizó el vello de la nuca. Creyó reconocer la voz de su madre. No entendía qué estaba pasando. ¡Parecía que procedía del piso superior! 

Miró al techo esperando encontrar una explicación. De nuevo, el silencio. 

Dando tres zancadas se plantó al pie de la escalera y, sin dejar de mirar hacia arriba, decidió subir para averiguar su origen y por qué. 

El corazón golpeaba tan fuerte su pecho que el sonido de sus latidos resultaba ensordecedor. Debía tranquilizarse, de lo contrario la cabeza le iba a estallar. Comenzó el ascenso con mucho sigilo, escalón a escalón, parando a cada paso para prestar atención. Percibió leves murmullos y un llanto desgarrador. Un escalofrío recorrió su espalda. 

Temblando, alcanzó el final de la escalera. Pensó que la moqueta amortiguaría sus pasos, pero, aun así, andaría con sumo cuidado. Podría haber utilizado el móvil para iluminarse, pero eso alertaría al posible intruso. Así que no tuvo más remedio que avanzar a tientas y procurar no hacer ruido. No tenía nada con qué defenderse si resultaba necesario. Buscaría algo contundente, por si acaso. 

Con cautela entró en la habitación de su hermano. Esperó a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Todo estaba en su sitio. Se agachó para, a gatas, llegar hasta la cama y mirar si había alguien debajo. Nada. Se incorporó para acercarse al armario. Lo abrió de la forma más silenciosa que pudo. Permanecía como siempre. No detectó nada raro en su interior. 

Entonces, escuchó unos pasos que se acercaban. Aunque todas las habitaciones permanecían en penumbra, se dirigían hacia la que ella se encontraba. Con rapidez dio un salto y se escondió en el armario, acurrucada tras las prendas que colgaban. Temía que en cualquier momento se abriesen las puertas y ser descubierta. Recorrió con sus manos el fondo del armario y sus dedos tropezaron con algo frío y duro. Resultó ser la muleta que utilizaba su hermano cuando se produjo un esguince en el tobillo. La asió fuerte con ambas manos y abrió bien los ojos preparada para el fatal desenlace. 

Sentía cómo se acercaba. Desde el interior, le llegaba el sonido sibilante de su respiración. Ella, mientras tanto, procuraba estar muy callada conteniendo el aliento. Se mantuvo agazapada entre las sombras, escudriñando el más mínimo movimiento hasta que, poco a poco, se fueron alejando los pasos y pudo respirar de nuevo, a pesar de tener el cuerpo empapado por completo de sudor. 

Dejó transcurrir un tiempo prudencial y luego, se atrevió a salir. Se descalzó dejando los zapatos dentro del armario para no ser descubierta. Sus pies desnudos le servirían para avanzar en silencio y reconocer mejor por dónde pisaba a través del tacto. 

Se encaminó hacia el baño armada con la muleta. Revisaría su interior y podría encontrar algo más adecuado para defenderse. Al momento, notó que pisaba algo húmedo. Lo tocó con los dedos y luego se los acercó a su nariz. Casi se le escapó un grito cuando reconoció su olor. ¡Sangre fresca! Entró en pánico y quiso salir huyendo de allí, pero por un momento, recobró la lucidez y recordó que le había parecido escuchar la voz de su madre. ¡No podía marcharse y dejarla allí! 

Respiró hondo y optó por seguir adelante. Se coló en el baño buscando las tijeras que su madre guardaba en un cajón del mueble. Se aseguró de que allí tampoco hubiera nadie. Cuando las encontró, empuñándolas con fuerza por delante de su cuerpo, siguió hasta su habitación, que se encontraba situada junto a la de sus padres. Echó un vistazo por todo su interior, sin detectar nada extraño. Puso mayor atención e intentó escuchar desde el más absoluto silencio. De nuevo alguien sollozaba y suplicaba susurrando, casi sin fuerzas. No le cabía ninguna duda de que era su madre. Debía ayudarla como fuera, pero desconocía qué ocurría y quién más estaba allí dentro. La puerta de su habitación era la única que se encontraba cerrada. 

No había tiempo para ir en busca de ayuda, su madre la necesitaba ahora. Alguien estaba haciéndole daño. Si corría peligro, el tiempo podía ser crucial. 

Se armó de coraje. Con las tijeras en una mano y el pomo en la otra, reunió todas sus fuerzas y, aunque temblaba como una hoja, se sintió preparada para abrir. Debía descubrir lo que estaba sucediendo tras aquella puerta… 


(Relato publicado en el nº 35 de la Revista Digital El Narratorio  de Enero/2019)









4 comentarios:

  1. Ahh tremendo, muy bueno Pilar, atrapante y con un suspenso excelente, muchos aplausos!

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    1. Maricel, cuanto me alegro de haber sabido transmitir la angustia que siente la protagonista.
      ¡Muchísimas gracias por tus palabras!
      Besos apretados.

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  2. Que situación más angustiosa y qué bien conducida, con un final abierto a la imaginación del lector.
    Un abrazo y felicidades, Pilar

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    1. Ay, Ángel, que te haya gustado significa mucho para mí.
      ¡Mil gracias por pasar y dejarme tu comentario!
      Besos muy apretados, amigo.

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