Mientras
ojea la revista del corazón, piensa que las familias que allí posan no se
parecen nada a la suya. Demasiado perfectas y felices. Esa vida de lujo y
sonrisas congeladas en papel cuché dista mucho de su realidad.
Alza
la mirada llena de nostalgia hacia las fotografías que palidecen sobre el
mueble del salón: los niños, en su primera comunión; con sus padres, unas
navidades; todos juntos, aquel lejano verano frente al mar. Tiempos felices que
aún le palpitan en la herida, pero actúan como un bálsamo para su dolor. Son su
único consuelo desde que, en aquella curva mojada de lluvia, un
loco se los arrebató.
Aparta
de un manotazo esa añoranza que habita sus ojos y, con el impulso de un suspiro,
se levanta del sofá. Mete su tristeza en la olla exprés junto con el arreglo de
cocido y enciende el fuego.
Hoy
el día ha amanecido insoportable. Por eso se sirve una copa de ese vino que
guarda para las ocasiones especiales. Sabe que no calmará su sed de venganza,
pero, al menos, enmudecerá ese silencio atronador.
Muy bueno, con un lenguaje especial, me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo
que horror y que abundante (por lo menos el sentimiento, aunque no las circunstancias
Eliminarsaludos
Muchísimas gracias, Albada, por tus palabras.
EliminarBesos apretados.
Muchas gracias, Gabiliante, por tu comentario.
EliminarBesos apretados.
La tristeza y la rabia: dos caras de la misma moneda. 👏👏👏
ResponderEliminarLa mayoría de las veces son inseparables.
EliminarMil gracias, Margarita.
Besos apretados.
Pilar, me encantó tu relato, felicidades.
ResponderEliminarSaludos, Maria Mercedes
Mil gracias por tu comentario, María Mercedes!
EliminarBesos apretados.