Hay desiertos
que no son de arena,
que te engullen
a cada paso que das.
Desiertos gélidos
que no son de hielo,
que te aplastan
bajo su voz.
Desiertos afilados
que son puñal y herida.
Hay desiertos
que no son de arena,
que te engullen
a cada paso que das.
Desiertos gélidos
que no son de hielo,
que te aplastan
bajo su voz.
Desiertos afilados
que son puñal y herida.
Contigo, fui otoño,
desnudo viento,
arremolinando
silencios marchitos
en tus brazos ausencia.
Y en mis ojos, diluvian
palabras yermas al borde
de tus labios abismo.
Y en mi pecho, ululan
susurros sin alas,
latidos sin eco.
Sin ti,
no existe cobijo
ni cielo.
Te soñé de agua
mientras me diluía
Esperar que el tiempo
adormezca la herida,
que la luz coloree
el eco del vacío,
que la luna de hielo
llene su ausencia.
No silenciar por siempre
el aleteo de mariposas,
ni un suspiro
de palabras huecas,
ni acallar esa locura
que late,
aunque duela.
Relato que ha llegado hasta el podio semanal en el Concurso de Microrrelatos de la Cuenta 140 de la Revista El Cultural de El Mundo, cuyo tema es "Los asesores".
Un asesor tan estresado que necesita acudir al asesoramiento que buscan los más desesperados. Divertido.
Cada
vez le pesa más esa soledad que arrastra desde hace un tiempo. Las noches se le
hacen eternas mientras espera que despunten las luces del alba. Echa de menos relacionarse
con los demás, pero, cuando lo intenta, se siente mucho peor. Se desata una
especie de locura a su alrededor y prefiere evitar todo ese caos. Le resulta
imposible entablar nuevas amistades. Se aburre. Su mayor consuelo es pasear desde
que apareció en aquella casa a la fuerza durante una sesión de espiritismo.
Hecha de historias,
de latidos verso,
derramados sobre
su piel de papel.
Lágrimas tinta
entre líneas,
suspiros sal
entre palabras
de pecho adentro.
Desprende luz
rasgando oscuridad
sin miedo,
fluyen sus letras
con líquida voz
exhalando silencios.
Cruje el otoño
bajo mis pies de barro.
El tiempo caduco salta
al vacío sin red.
Unas veces, permanece
suspendido, como si
desplegara alas
de viento,
pero otras, estalla al tocar
el suelo, como si
fuera de cristal.
Sueño de agua,
empapado de la lluvia
de un silencio.
Ingravidez transparente,
a la deriva de tu boca
desnuda de soledad.
Tiemblan caricias
en mis labios sedientos,
en mis entrañas de mar.
Noche de trazos inconexos,
de piel de acuarela,
de mirada de papel.
La luna se desvanece
entre tus labios
y no hay estrellas
en su desnudez.
Trae el eco
suspiros de cielo,
palabras nube
precipitándose
al abismo,
caricias olvidadas
con voz de ayer.
Aunque
intento aceptar la realidad, no lo puedo evitar. Soy un nostálgico. Una vez
superada la conmoción inicial, vuelvo a ser el mismo de siempre. Sigo emocionándome
al escuchar un bolero, una bella historia o un poema de amor. Añoro cosas tan
sencillas como el calor del hogar, la emoción de un abrazo sincero y el poder
de una mirada enamorada. También anhelo volver a sentir esas caricias que
estremecen la piel o rozar tus labios bajo la luz de la luna. Pero qué le voy a
hacer si lo echo tanto de menos…
Por
eso, hay momentos en los que me invade la tristeza y la melancolía. Todavía soy
incapaz de recordar lo que ocurrió aquella fatídica noche cuando, tras darnos
aquel apasionado beso, aparecí croando en esta ciénaga.
Me
atreví a dar aquel paso, aun a riesgo de equivocarme. Lo había ido postergando durante
años para que no fuera tan visible mi dolor. A pesar del tiempo transcurrido, nunca
sanaron mis heridas. Por eso, cuando recibí la llamada de aquel abogado, supe
que la vida me brindaba otra oportunidad. Me personé en su bufete, con más
dudas que certezas. Aunque mi incertidumbre se disipó al reconocer un pequeño fragmento
de tejido que se encontraba sobre su mesa. Mi corazón dio un vuelco. No tenía
ninguna duda de que pertenecía a la camisa que vestía mi marido el día que
desapareció. Jamás volví a verlo. El letrado representaba a la persona que
arriesgó su vida para preservar el destino y la identidad de otros.
Gracias
a él y a la justicia, cicatrizaron mis heridas. Mi marido recuperó el honor
cuando, tras abrir aquella fosa, la memoria venció al olvido.