Me
sorprendió que aquel cliente tan excéntrico del bufete acudiera personalmente a
la cita. Durante años, todas las gestiones las había realizado con sus
intermediarios mientras él mantenía cierto halo de misterio. Era el propietario
de una industria alimentaria con una producción de excelente calidad. Cuando me
estrechó la mano, sentí una sensación agradable. Aunque su aspecto era un tanto
estrafalario, desprendía un aroma dulce y envolvente que me resultaba muy familiar.
Me explicó que hacía mucho que buscaba a alguien nuevo y leal a quién dejar su
legado, que estuviera dispuesto a invertir todo su tiempo en su formación y adaptación
a las peculiaridades tan especiales de su negocio. Supe que yo era el elegido
cuando vi reflejados en sus ojos mis sueños de niño. Acepté su ofrecimiento con
un apretón de manos y dejé de ser abogado para seguir la estela de chocolate
que me dejó Willy Wonka.
Fantástico como siempre sorprendiendo...
ResponderEliminarMil gracias, mi preciosa Marí!
EliminarBesos apretados.
Qué monada de final. Acabaste siendo Charlie.
ResponderEliminarUn abrazo
Cómo me alegro que te guste, Albada.
EliminarMil gracias!
Besos apretados.
Enhorabuena, Pilar.
ResponderEliminarEs un buen relato.
Un abrazo
Muchísimas gracias, Ángel.
EliminarBesos apretados.